En un abrir y cerrar de ojos
Estos días Amazon es noticia porque estudia la posibilidad de que sus clientes paguen lo que compran no introduciendo una contraseña, como ahora, sino con una selfie. La semana pasada la compañía registró la patente, en la que detalla el método exacto que se utilizaría. Primero el cliente se haría la mencionada selfie, la tecnología de reconocimiento facial de Amazon verificaría que se trata del tipo en cuestión y acto seguido le pediría un gesto extra como, por ejemplo, sonreír o guiñar el ojo. De esa manera la compra quedaría validada.
Con respecto a la sonrisa, creo que no tendría muchos problemas para hacerla, aunque nunca he sido muy amante de sonreír cuando me hacen o me hago fotos. Pero, vaya, con un poco de esfuerzo saldría adelante. Para guiñar el ojo todavía tendría menos problemas, porque hago tics sin parar y uno de los más habituales es precisamente guiñar el ojo constantemente. Pero ¿y si, una vez verificada mi cara por el sistema de reconocimiento facial, el nuevo invento de Amazon me pide que le sonría y yo, además de forzar la sonrisa, no puedo evitar guiñarle también el ojo? Con su cibernética sabiduría, la máquina pensará inmediatamente: “Este individuo es un impostor, porque aunque ha hecho el gesto que le he pedido (sonreír) ha añadido otro que no le he pedido (guiñarme el ojo). Quizás es un robot programado para hacer ambos gestos de manera simultánea y, así, asegurarse de que, tanto si le pido una cosa como la otra, acierta”. Así pues, su respuesta sería: “Petición denegada”.
Hará un año presentaron en sociedad un programa llamado Click2Speak que permite controlar el ordenador con los ojos. No hace falta que teclees nada. Provisto de la tecnología Swiftkey, el Click2Speak combina un teclado virtual que se muestra en la pantalla con una cámara que integra eye tracking, un sistema que capta los movimientos de los ojos para que, a través de esos movimientos, el usuario controle el teclado. Cuesta unos 450 euros. Como escribo con un único dedo (el índice de la mano derecha), por un momento pensé que sería buena idea probarlo, a ver si así dejo de castigar la falange distal de este pobre dedo. Pero enseguida imaginé cómo iría de cabeza el eye tracking, escribiendo no sólo las letras que le indicara voluntariamente sino también todas las que señalara sin quererlo. De forma que lo dejé correr.
Mover los ojos sin poder controlarlos tiene estas pegas, y otras. Mi madre –que también era ticqueur– me explicó que, cuando era joven, un día iba en tranvía, del trabajo hacia su casa, y vio que un señor la observaba. Cuando llegó a la parada y bajó, el hombre bajó detrás de ella y la siguió durante un rato. Había interpretado sus tics como una propuesta lasciva.
Amazon estudia la posibilidad de que sus clientes paguen sin contraseña: con una ‘selfie’