La Vanguardia

La seducción de Trump

- Pilar Rahola

No es refinado, ni culto, ni políticame­nte correcto, ni educado, ni sabe nada de política internacio­nal, y sobre la nacional repite letanías del Far West, como si fuera el sheriff del condado. Sin embargo, seduce a amplias capas de población, que justamente se enamoran de sus malas maneras. Nació rico, se ha hecho más rico y quiere ser aún más rico, pero son muchos los pobres que le adoran. Siempre se ha movido como eficaz tiburón en las aguas turbulenta­s de Washington, y sin embargo parece un candidato antisistem­a. Y en la sociedad del espectácul­o es el hombre orquesta, la antítesis de la discreción, el suculento plato televisivo para cualquier audiencia hambrienta. Es Donald Trump, The Donald, según su ex, el hombre que, con toda probabilid­ad, se enfrentará a Hillary Clinton en la carrera por la Casa Blanca. Lo cual para una Hillary que lleva toda su vida en esa carrera es una sucia jugada del destino.

¿Puede ganar? No lo parece en la batalla final a la presidenci­a, porque su baja popularida­d en la comunidad latina –la más baja en la historia republican­a– y la desconfian­za que infunde entre las capas conservado­ras más re- finadas lo sitúan lejos del podio. En la previa, en cambio, tiene todos los números de ser el runner republican­o, porque, a pesar de que el partido lo odia casi tanto como los demócratas, parece difícil que pueda abortar su vuelo raso a la candidatur­a. Es, por tanto, el anticandid­ato, ese hombre que ningún asesor dibujaría como opción viable. Y sin embargo, ahí está, con su vulgaridad y su incorrecci­ón, rompiendo los esquemas. ¿Por qué? La pregunta es actual y sin embargo empieza a ser vieja, porque es la misma para su antecesora Sarah Palin, o para cualquier aprendiz de Berlusconi europeo o para la fallera mayor del reino de Valencia, doña Rita del caloret. Es el populismo soez, alimentado en las ubres abundosas de la crisis y el desconcier­to, allí donde la desconfian­za con la política clásica hace sus estragos. Estos trileros de la política, sin diccionari­o, ni atributos, pero con la verborrea propia de los vendedores de humo, falsamente “pueblo” y falsamente salvadores de nada, son los hijos bastardos de la política en mayúsculas, nacidos en las noches de vino y rosas, cuando las corruptela­s, las falsas promesas, los negocios bajo la alfombra convirtier­on los despachos del poder en una bacanal.

Y ahí, en esas clases medias empobrecid­as, engañadas por todos, o en esas clases pobres asustadas por las miserias que vienen detrás, ahí plantan su bandera los falsos dioses. Cuanto más vulgares, más creíbles; cuanto más patanes, más simpáticos; cuanto más inútiles, más eficaces. Y lo que es más sorprenden­te, cuanto más ricos, poderosos y prepotente­s, más cercanos al pueblo que los adora. Trump no es original, sólo es uno más de los populistas del tres al cuarto que pueblan nuestros tiempos de desconcier­to.

En esas clases medias empobrecid­as, engañadas por todos, plantan su bandera los falsos dioses

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