Lista Robinson
Suena el teléfono y, por enésima vez, una voz quiere venderme algo. No la dejo hablar. Mi enfado es sincero, pero noto que también me gusta aprovechar la situación para interrumpir a alguien a media frase. No es algo que se pueda hacer a menudo. No quiero que me llamen ofreciéndome ninguna clase de producto, digo. No quiero que me llame nadie a quien yo no haya dado mi teléfono, añado, exagerando un poco, por mi hartazgo general y quizás también porque no atravieso la mejor tarde del mundo. Pero la voz responde con amabilidad. Si no desea usted que la llamemos, regístrese en la lista Robinson. ¿La qué?, digo, aunque el asunto me suena. La lista Robinson, dice. Es al revés, puntualizo, nadie debería llamarme si yo no he dado mi permiso; dicho de otro modo: no tendría que borrarme de un club al que no me he apuntado. Ya, dice la voz con tono comprensivo, pero así son las leyes en este país. Su realismo me desarma. Pienso que detrás de esta voz hay otro humano harto de que le acosen con publicidad. Nadie está a salvo.
El nombre me da mala espina. Tiene su lado poético que se hayan inspirado en el aislamiento de la civilización de Robinson Crusoe. Pero el suyo es un aislamiento forzoso, con tintes de pesadilla, después de un trágico naufragio. Con todo, busco la web. Servicio gratuito de exclusión publicitaria. La idea promete. Aunque el reglamento está lleno de temible letra pequeña. Y no tardo en encontrar el primer laberinto: inscribirse en esta lista sirve para “no recibir comunicaciones comerciales no deseadas”, bien, “siempre y cuando la información que faciliten al servicio de la lista Robinson coincida, exactamente, con todos sus caracteres y símbolos, con aquella que se vaya a tratar para la realización de la campaña publicitaria”. Vaya. No se me ocurre cómo podría yo lograr que mis caracteres coincidan “exactamente” con los de la empresa que desea acosarme. Se requieren dotes adivinatorias. “Para el progreso de la actividad económica, el tratamiento de datos de carácter personal es vital”, leo en otra zona de la letra pequeña que ya me está mareando. El progreso de la actividad económica, ¿de quién?, pienso, y me pregunto de qué parte está realmente esta web. Pero estoy decidida a registrarme, cuando tiemblo al ver la cantidad de datos personales que me piden para proteger mis datos personales. Algo me dice que tengo que pensármelo mejor.
No tardo en leer artículos que cuentan que la lista Robinson no sólo no evita la publicidad, sino que puede aumentarla. “Supuestamente –leo en un diario digital–hay empresas que compran los datos de los usuarios que se registran”. Aunque también encuentro voces que dicen que funciona. No hay escapatoria. Es imposible separar lo verdadero de lo falso. Todo esto me recuerda que también tengo pendiente apostatar.
Leo artículos que cuentan que la lista Robinson no sólo no evita la publicidad, sino que puede aumentarla