El legado
Es una costumbre de muchos políticos del arco parlamentario catalán, y también español, referirse habitualmente a Dinamarca como si fuera un espejo, un lugar de referencia positiva. Siempre que se refieren a ello me pregunto en que están pensando cuando hablan del modelo danés. ¿Es que pasan largas temporadas en el país báltico? ¿O es que se leen todos los informes económicos y de su vida social? Lo que creo que pasa es que nuestros políticos saben que existen las películas y series de televisión de ese país, y es a través de estas obras que se construyen su propio retrato. Series y películas que nos muestran una comunidad que no esconde sus conflictos pero que decide afrontarlos. Y es eso, y no las estadísticas frías, lo que acaba configurando la imagen proyectada de una cultura.
La última serie danesa que contribuye a la construcción de esta imagen es The Legacy, creada por Maya Ilsoe y que ahora se emite por Movistar+. El argumento central de la primera temporada es el efecto que produce en una familia acomodada la herencia de la casa solariega que la madre, al morir, dejó a una hija que nunca había sido reconocida como tal y había sido dada en adopción a otra familia. El destino de una herencia como motor dramático ya había sido explorado en la ficción audiovisual, y sólo hay que recordar el filme de 1963 Vida de familia de Josep Lluís Font, donde asistíamos a las tensiones que provoca un legado en una familia de la burguesía barcelonesa.
Pero en el caso de The Legacy, lo que resulta más interesante no es la trama argumental, sino comprobar cómo este hecho nos permite confrontar formas de relación humanas que son inesperadas, que nos permiten establecer mecanismos comparativos. En el séptimo episodio de la serie se desarrolla la escena del juicio en el que se han de dirimir los intereses de los hermanos para saber quién se queda finalmente con la casa en cuestión. Pero pronto te das cuenta de que los golpes de efecto de las discusiones judiciales y las diversas pruebas aportadas no son el centro de la trama, sino las relaciones que se esta- blecen entre los cuatro hermanos y sus familiares mientras están fuera de la sala del juicio, esperando a entrar, cuando se cruzan algunas palabras entre unos y otros, creando así formas de sociabilidad a partir de las tensiones que ya no son encubiertas. Es esta trama personal, directa, hecha de gestos, miradas y palabras medio pronunciadas la que acaba configurando la fortaleza de esta serie magnífica, que nos revela en su naturalidad una forma concreta de hacer sentir la vida en familia a partir del momento en que está a punto de resquebrajarse.
Si el conseller Santi Vila necesita argumentos para poder justificar el 1% del presupuesto dedicado a la cultura, podría tener en cuenta el caso danés. De cómo a través de una producción audiovisual sistemática, sea de ficción o documental, se acaba haciendo visible una manera genuina de afrontar los conflictos por parte de una comunidad, que puede ser compartida universalmente. Y es así, con la sinceridad radical de los guiones y de la puesta en escena, como una cultura se convierte en un referente.
‘The Legacy’ muestra el efecto que produce en una familia la herencia de la casa solariega que la madre deja a una hija no reconocida