Leonardo el moderno
El Met abre hoy otra sede en el icónico edificio Breuer de Manhattan para exponer a los contemporáneos, pero halla una excusa para usar a los maestros de otra época
La primera sensación experimentada por los críticos y expertos de buena memoria es la de un cierto desconcierto. Un shock. En lugar de los Jeff Koons con los que el Whitney Museum se despidió de su histórica sede en la avenida Madison –el icónico edificio del arquitecto Marcel Breuer de mediados de los años sesenta–, ahora reaparece con cuadros o artefactos de Leonardo, Tintoreto, Rembrandt o Turner.
El enciclopédico Metropolitan Museum de Nueva York inaugura hoy la extensión de sus largos tentáculos. Después de que el Whitney se mudara a la zona del Meatpacking District (en el área del Village), los responsables de la gigantesca institución decidieron hacerse con el inmueble vacante con un alquiler por ocho años.
El proyecto consistía, al estilo de Umberto Eco y su Nombre de la rosa, en hacer una apostilla a sus tesoros ar- tísticos y cubrir el flanco del arte moderno y contemporáneo.
Así, ¿qué pintan aquí estos pintores de hace varios siglos? se cuestionan los especialistas que han podido acceder por anticipado a este resurgimiento.
El Met-Breuer, que es su denominación oficial, no deja de ser una exhibición de la riqueza del referente mu- seístico de Manhattan. Los responsables se han buscado un argumento para tirar de su tremendo fondo de armario, incomparable.
Además de una muestra monográfica dedicada al modernista indio Nasreen Mohamedi (1937-1990), el Met se ha sacado un as de la manga para causar impacto ya de inicio. Bajo el título, Un- finished: Thoughts left visible (Inacabado, pensamientos dejados al descubierto) exhibe en dos plantas 197 obras de los últimos seis siglos supuestamente sin concluir, desde el renacimiento hasta casi el presente.
De esta manera, el Met conjuga su tradición con lo contemporáneo, gracias a una colección sin paralelismos con la que ofrece una visión sobre el proceso de creación.
Pero la dirección del Metropolitan busca también centrar sus esfuerzos en la arquitectura. El referente lo encuentra a partir del marco del hermético edificio que diseñó el húngaro, formado en la Bauhaus y refugiado en Estados Unidos por la irrupción del nazismo en Alemania.
A esta construcción de hormigón se le ha realizado una puesta al día, que ha costado quince millones de dólares, para darle de nuevo el aspecto que ostentaba en su inauguración, en 1966. La operación, más que cosmética, ha consistido en quitarle los añadidos a lo largo de más de cinco décadas. Ha regresado a su estado elemental, con algo más de brillo en su suelo y con la excepción de la cubierta de la tienda de la entrada pintada ahora de rojo.
“A Breuer le encantaba la dignidad de los materiales en su proceso de envejecimiento y hemos logrado una visión comprensiva de cómo era el espacio cuando fue creado”, declara en la presentación a la prensa ( el pasado 1 de marzo), John Beyer, responsable de la empresa restauradora.
Hace más de ocho años que el Met perseguía hacer este movimiento de crecimiento. La expansión se planteaba casi como una exigencia en una ciudad donde el turismo no cesa. La previsión de este 2016 trepa hasta los 60 millones de visitantes.
“Intentamos que la luz siga brillando”, señala Thomas Campbell, director del Met. “No queremos que sea sólo una vuelta de tuerca para el museo –añade–, sino también un momento muy significativo para Nueva York”.
Quince millones para restaurar la antigua sede del Whitney y dejarlo como lo diseñó Breuer