La Vanguardia

Yellen, el dólar y el euro

- Josep Oliver Alonso

Tras el bazuca de Draghi la pasada semana, en esta las miradas apuntaban al Banco de Japón y la Fed, que reunían sus comités de política monetaria. Los japoneses, tras situar los tipos de interés en negativo, han mantenido su política sin añadir más leña al fuego. Porque, desde que los pusieron por debajo de cero hace un mes, las acusacione­s, tanto al Banco del Japón como al BCE, se han exacerbado. Las críticas a esta política de tipos de interés negativos, que muchos consideran un peligroso experiment­o, no son menores. En el orden global, porque las devaluacio­nes acaban siendo un juego de suma cero, como advirtió el gobernador del Banco de Inglaterra Mark Cairne en el G-20: lo que unos ganan, lo pierden otros. Y aunque Draghi ha argumentad­o que el BCE toma sus decisiones por motivos internos, sin pensar en el tipo de cambio, es difícil imaginar que la debilidad del euro, provocada por unos tipos de interés nulos, o negativos, sea un resultado no deseado.

Por otra parte, en el orden interno, sus efectos sobre los márgenes de la banca al por menor, incapaz de trasladar esos tipos a sus clientes, son evidentes. Por ejemplo, la banca regional y local alemana, con el 80% de sus ingresos procedente­s de intereses, está ya en pié de guerra, por la creciente dificultad de un negocio cuyos márgenes se estrechan peligrosam­ente. En esta situación, en lugar de fa-

En la decisión de la Fed ha pesado el temor a una mayor fortaleza del dólar y su efecto en las exportacio­nes

vorecer la expansión del crédito, los tipos negativos podrían provocar el fenómeno contrario.

Por eso no debe sorprender que el BCE anunciara que si se cumplen ciertos volúmenes de crédito al sector privado, en lugar de cobrar pagaría a la banca por los recursos que esta solicitase y, con ello, la ayudaría a recuperar margen de negocio.

Es en este contexto en el que hay que entender la decisión de la Fed, posponiend­o una nueva alza de tipos de interés en EE.UU., quizás hasta septiembre en el mejor de los casos. Janet Yellen ha utilizado el creciente deterioro de la economía mundial, y el de los mercados financiero­s globales, como argumento para justificar esta cautela. Y es cierto que el horizonte se ha oscurecido desde que en diciembre elevó el precio del dinero, por vez primera desde el 2007. Pero ello no oculta que el camino alcista iniciado por la Fed, opuesto al del resto de grandes bancos centrales, estaba reforzando excesivame­nte al dólar. Con ello, perjudicab­a la economía y la inflación americanas: un dólar fuerte implica menores avances de exportacio­nes y mayores incremento­s de importacio­nes y, por tanto, menor aumento del PIB, al tiempo que empeora las expectativ­as inflaciona­rias por unas importacio­nes a precios más reducidos.

En suma, quizás no estemos todavía en presencia de una guerra abierta entre las grandes divisas. Pero los movimiento­s de los últimos meses se asemejan mucho a ella. Y, ya saben, si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probableme­nte sea un pato.

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