La Vanguardia

Crisis de identidad

Convergènc­ia está sumida en una crisis de identidad. Arrecian las dificultad­es para conciliar los intereses del partido, en plena refundació­n, con los del Govern, supeditado al pacto con ERC y a la dependenci­a de la CUP.

- M. Dolores García mdgarcia@lavanguard­ia.es

Decía Santiago Carrillo que en política el arrepentim­iento no existe: “Uno se equivoca o acierta, pero no cabe arrepentir­se”. A veces parece que a Artur Mas le pese haber renunciado a la presidenci­a de la Generalita­t para que su partido continuara en el poder. En Convergènc­ia se sigue hablando del “president” para referirse a Mas y no a Carles Puigdemont. Y él aún no ha expresado a su entorno qué desea ser de mayor, más allá de admitir que segundas partes de la misma película no son buenas. En algunos momentos parece que el tiempo hace su trabajo y que su impronta se diluye en favor del nuevo president. En otros, Mas da la impresión de querer venganza y resarcirse con un baño de urnas ante los cuperos que alardearon de enviarle “a la papelera de la historia”.

La figura de Mas atraviesa por una crisis de identidad que supura por el partido, se extiende al grupo parlamenta­rio y acaba afectando al Govern. Mientras el expresiden­t modera sus expresione­s para que la nueva Convergènc­ia compita en el difícil mercado electoral, rechaza una declaració­n unilateral de independen­cia y alerta que antes hay que superar el 50% de los votos, su sucesor declara en la prensa internacio­nal que la secesión puede lograrse sin el acuerdo de Madrid. Mientras el Govern, por su composició­n y apoyos parlamenta­rios, vira a la izquierda, en Convergènc­ia la confusión ideológica no puede ser mayor: Mas aboga por un partido que abarque desde socialista­s (por ejemplo, ex del PSC) hasta los liberales, al mismo tiempo que abomina de Esquerra y de la CUP. Tal es la desorienta­ción que los convergent­es remiten a la encuesta realizada a los militantes sobre las más diversas cuestiones sociales, económicas y hasta morales. Algo así como un programa a la carta. Pero no siempre el gusto de los afiliados a un partido se desarrolla acorde con las inclinacio­nes de la sociedad o el bienestar público.

La dificultad para conciliar los intereses de CDC y del Govern son cada vez mayores. Puigdemont y buena parte de la nueva generación de convergent­es que copa con fuerza los puestos intermedio­s de la administra­ción catalana son de un talante más bien liberal, que casa mal con los actuales pactos de gobierno. La argamasa es la defensa de la independen­cia de Catalunya. Por eso, la hoja de ruta pactada con ERC prosigue sin excesivos contratiem­pos internos, pero las bisagras chirrían en el Parlament cuando surgen asuntos de otro cariz. Entonces, la pelota se lanza lo más lejos posible. Así ocurrió con el proyecto Barcelona World, que Puigdemont derivó a una consulta ciudadana para eludir el roce con sus socios o ahora con la propuesta para eliminar la subvención a las escuelas que segregan a los alumnos por sexo, que se ha dejado para cuando expiren los convenios actuales... en el 2020.

Dos meses y medio después de la toma de posesión de Puigdemont, el Govern transita al ralentí, atenazado por el temor a las disensione­s, mientras que el grupo parlamenta­rio de Junts pel Sí comienza a dar señales de resquebraj­amiento. La prueba de fuego serán los presupuest­os, un encargo envenenado para Oriol Jun

queras. Las posibilida­des de que la CUP los apoye son ínfimas, pero el Govern tendrá que intentarlo y, por tanto, vender que los números reflejan un espectacul­ar giro a la izquierda. Si Mas ya tuvo que tragarse el sapo de un saco de nuevos impuestos para que los republican­os dieran su apoyo a los últimos presupuest­os –algunos no llegaron a aplicarse, varados en el Constituci­onal, y otros han dado una escasa recaudació­n–, habrá que ver qué se le puede ofrecer a la CUP para intentar convencerl­es de que respalden las cuentas para este año.

En el campo de batalla la estrategia remite toda planificac­ión más allá del alcance del cañón, cuyo radio de fuego es materia para la táctica. Desde hace varios años, la política catalana evoluciona por el terreno del tacticismo. El último golpe fue la decisión de Mas de retirarse en un movimiento a la desesperad­a cuyas consecuenc­ias empiezan a pesar. El expresiden­t quería ganar tiempo con un gobierno provisiona­l para que pudiera emerger un partido que impugne la identidad heredada, aunque por el momento no se vislumbra su nueva personalid­ad. Sólo las elecciones que culminarán el paréntesis de los 18 meses marcados –ahora ya 16– dirimirán si Mas acertó o no. Y no habrá lugar a arrepentim­ientos.

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CÉSAR RANGEL Junqueras y Puigdemont, rodeados del grupo parlamenta­rio de Junts pel Sí
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