La Vanguardia

Ventajas de las aficiones raras

- Joaquín Luna

Si alguien me dijese que se casa, rehace su vida con otra persona o está enamorado, yo le daría un consejo: –¿Ya tienes una afición rara? Cuando la gente se enamora, no piensa en el día de mañana, y así lo normal es equivocars­e. Lejos de buscar las maneras de compaginar el fuego del amor con la vida anterior de cada cual, los enamorados se inmolan al pensar que su pareja va a compartir sus aficiones.

–El día que le descubra la filatelia haremos una colección juntos.

El filatélico enamorado está convencido de que su amada preferirá un sello del Gran Ducado de Luxemburgo a un fin de semana en la nieve, de la misma forma que el micólogo enamorado cree que entre salir a buscar níscalos y salir a bailar no hay color. El enamorado aspira a que su pareja se vuelva filatélica cuando lo que debería decir, por su propio bien, es:

–La filatelia es una afición solitaria, absurda y costosa. ¡Si nadie envía ya cartas! Y como te quiero tanto, jamás te pediré que compartas mi pasión por los sellos.

Antes de formar pareja, todo el mundo debería tener una afición rara, mano de santo y patente de corso

De esta forma, el filatélico se gana la indulgenci­a y un futuro mejor porque siempre podrá reservar los domingos por la tarde a su pasión individual y no al tedio compartido. –¿Y tú de dónde dices que vienes? –¡De Barcelona! Como los toros están prohibidos...

La vecina de palco el jueves en Valencia, gestora cultural de la Generalita­t valenciana, dio por natural que un señor aficionado a algo tan raro como los toros lo deje todo y viaje tres días a Valencia a ver toros.

Gracias a esta pasión por la tauromaqui­a y los viajes en tren, yo tengo patente de corso y ahora sólo me falta tener pareja para rentabiliz­ar la patente de corso y decir tan ricamente:

–Me voy tres días a Valencia, que torea Roca Rey, oro del Perú, hijo de diplomátic­o y figura con luz.

Las aficiones raras nunca deben ser compartida­s y son un salvocondu­cto para la libertad. Mis amigos casados fueron poco previsores y al carecer de aficiones raras tienen muy complicado a estas alturas viajar en tren y ver mundo:

–Me voy a Valencia este fin de semana a ver a Roca Rey, oro del Perú.

–¿Oro del Perú? El día que vaya a Madrid, me gustará verlo...

Y así el aficionado a las cosas raras se gana automática­mente la libertad de irse en mayo a Madrid con la excusa de comprobar si su pareja tenía razón y Las Ventas la toma con el cóndor limeño y le saca los colores. En cambio, si uno es de ir al cine, no puede escaparse a la Berlinale así como así. La gente se compadece de las aficiones raras y ningunea las aficiones colectivas.

–Vete a Madrid o a El Puerto de Santa María. ¡Mira que gustarte los toros! Nunca te dirán, en cambio: –Vete a la Mostra de Venecia... ¡Mira que gustarte el cine!

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