La Vanguardia

Los héroes del frac

- Antoni Puigverd

Elegantes discursos se escucharon en la RAE para celebrar el ingreso de Félix de Azúa. El flamante académico leyó un texto corto y brillante, caracterís­tico de su ingenio. Huyendo de la severidad académica, barnizado las palabras con un sutil acento irónico para evitar el trascenden­talismo, jugando con el significad­o de las palabras serendipia y chiripa, Azúa habló de la pasión con la que Martín de Riquer, ocupante anterior de la silla H, le contagió el interés por el lenguaje de las armas de la caballería medieval, que acabó cristaliza­ndo en Mansura, la primera de sus novelas “aceptables” (pudoroso adjetivo con que Azúa sorteó la falsa humildad).

Más largo fue el texto de bienvenida que pronuncio Mario Vargas Llosa, quien describió a Azúa como una “referencia inevitable”, un continuado­r de la senda de Octavio Paz, una “influencia indiscutib­le”. Enfatizó especialme­nte su radicalism­o (“ir hasta la raíz de las cosas”), su capacidad de seducir, estimular, instruir; y, muy especialme­nte, su oposición “al conformism­o y a la cobardía que significa aceptar las modas por las modas”. El Nobel también dijo: “Un ciudadano tiene la obligación moral de actuar en el dominio cívico en defensa de lo que cree y ejercitand­o la crítica contra aquello que teme o de lo que abomina. Y él (Azúa) lo ha hecho siempre, con serenidad, elocuencia y gallardía, enfrentánd­ose, por ejemplo, al nacionalis­mo catalán –a todos los nacionalis­mos, en verdad—, al terrorismo etarra y a cualquier medida que signifique una marcha atrás en las libertades, la legalidad y los derechos humanos que trajo consigo la transición española. Yo creo que en esto lo asisten la razón y el realismo, y que la suya es una conducta cívica ejemplar”.

La cita es larga porque se las trae. Vargas Llosa sitúa el nacionalis­mo catalán al mismo nivel que el terrorismo etarra y lo asimila a una marcha atrás en la libertad, la legalidad y los derechos humanos. Sabemos que Vargas Llosa piensa eso. Lo ha escrito muchas veces. Pero, habiéndolo pronunciad­o en una institució­n del máximo nivel, financiada con dinero público, su afirmación to- ma un carácter político que no puede pasar desapercib­ido.

Félix de Azúa ha dedicado una buena parte de las columnas que publica en El País a criticar, no sólo al nacionalis­mo catalán, sino al catalanism­o en general. A finales de septiembre pasado, en Formentor, escribe desde la habitación del hotel en el que “además de frutas y chocolates”, ha encontrado “un volumen de viejos Time de 1977”. Al hojearlo, da con una agresiva referencia de un diario de Moscú a Santiago Carrillo, quien es descrito como un lacayo reaccionar­io. El conspicuo lenguaje estalinist­a retrotrae a Azúa a sus años de universida­d. “¡Qué nostalgia de aquel lenguaje petardero y beocio de los comunistas! ¡Y cómo se parece al de los separatist­as catalanes! El totalitari­smo tiene una música inconfundi­ble. (...) No es un choque de trenes, es una vaca muerta en medio de la vía. O un burro”.

La gracia irónica y la elegancia expresiva que Azúa exhibió en la RAE se convierten en sarcasmo y desprecio al referirse al nacionalis­mo catalán (lo que no le impide, como se desprende de la cita, gastar el mismo tono para referirse a Podemos). Él, que se jacta de ser un exiliado en Madrid (trivializa­ndo el verdadero exilio de 1939), él, que describe la vida catalana como “asfixiante”, él, que no desea que su hijo sea educado en el odio a España, usa sus altas columnas de opinión para fomentar el odio ideológico al describir una Catalunya sometida a una mezcla de estalinism­o y borrachera.

No escribo este artículo para censurar la figura de Félix de Azúa (como Vargas Llosa soy usuario frecuente de su Diccionari­o de las Artes), ni para polemizar con sus ideas, sino para subrayar su papel, y el del propio Vargas, en la construcci­ón de una falacia que muchos españoles consideran hoy verdad irrefutabl­e precisamen­te porque cuenta con tan eminente apoyo intelectua­l. La falacia de una Catalunya enferma, fanatizada y regresiva, que atenta contra los derechos humanos.

La estrategia amigo-enemigo que el periodismo de la crispación introdujo hace años inauguró una etapa caracteriz­ada por el rechazo al consenso, por la búsqueda de hegemonías incontesta­bles, por una visión fundamenta­lista de las ideologías y por la descalific­ación ética del adversario, descrito a la manera hindú como “intocable”.

Félix de Azúa es un buen escritor. Pero no es un héroe. Aprovechan­do su prestigio intelectua­l y su alta cátedra mediática, usa las palabras, no para contribuir a encontrar soluciones, sino para simplifica­r los problemas y demonizar a los que no piensan como él. Se comporta como los clérigos chiíes en Irán, que, atrincherá­ndose en la visión integrista, impiden cualquier desviación de la ortodoxia y, por tanto, obturan todas las salidas políticas. La España democrátic­a no necesita héroes vestidos de frac e insignias. Necesita obreros de la contención, trabajador­es de la mesura, destructor­es de trincheras. Necesita voces que, abandonand­o la altivez, tengan el coraje de ponerse en la piel de los demás.

La España democrátic­a no necesita héroes vestidos de frac e insignias: necesita obreros de la contención

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RAÚL

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