La Vanguardia

Simbolismo y persuasión

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Pitar mientras suena el himno nacional es, sin duda, una falta de respeto. Tampoco les hace ningún favor a las ideas que se pretenden expresar. Denigrar no enaltece a quien lo practica.

La Fiscalía ha dicho que la pitada al himno en la final de la Copa del Rey, entre Barcelona y Athletic de Bilbao en el Camp Nou, puede ser delito. Un juzgado de la Audiencia Nacional ha dicho que no, como en un caso muy similar del 2009, misma copa, mismos contendien­tes, pero en Mestalla. En aquella ocasión la negativa la sostuvo la Fiscalía. Resolverá en apelación la Audiencia Nacional.

Si fuera delito, deberíamos cambiar la ley por respeto a la libertad de expresión que nuestra Constituci­ón proclama. No seríamos los primeros.

En 1989, el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaró inconstitu­cional una ley de Texas que castigaba penalmente la ofensa grave a la bandera americana. La consideró contraria a la primera enmienda que prohíbe limitar la libertad de expresión.

Los hechos tuvieron lugar en 1984, en una manifestac­ión pacífica en Dallas donde se celebraba la convención republican­a que nominó al presidente Reagan candidato a la reelección. El señor Johnson, que da nombre al caso, quiso protestar contra las políticas del Gobierno federal y de determinad­as empresas.

La sentencia afirma que no se puede imponer un sentimient­o de unidad en los ciudadanos y prohibir expresar una idea sim- plemente porque la sociedad la encuentra ofensiva. No olvida el carácter simbólico de la bandera pero sostiene que no se la consagra castigando a los que la profanan ya que al hacerlo diluimos la libertad que este querido emblema representa. Antonin Scalia, conservado­r y nada sospechoso de tibieza ante los símbolos nacionales, fue uno de los jueces que la votaron.

El simbolismo es un medio primitivo, pero efectivo, de comunicar ideas. Por eso hubo pitada. Quienes expresaron ruidosamen­te su desacuerdo deberían imaginar su disgusto si alguien hiciera lo propio con los símbolos que les son queridos. La acusación penal no ayudará a ese objetivo. El Parlamento sí debería preguntars­e qué simboliza el himno para aquellos a quienes provoca rechazo y cómo hacer para que eso cambie.

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