La Vanguardia

Maletitas de traqueteo

- Màrius Serra

Años atrás veías maletas en aeropuerto­s, puertos y estaciones. También entrando o saliendo de los maleteros o de la baca de los coches, claro, pero siempre en trayectos cortos. Como nadie llevaba ninguna con ruedas, los automovili­stas aparcaban grácilment­e ante la puerta de destino para desembarca­r las maletas sin tener que sudar. Total, que no se veían maletas por la calle. ¡Qué tiempos aquellos! La mejora innegable en el diseño del sector maletero ha cambiado el paisaje urbano de un modo drástico, hasta el punto de alterar volumétric­amente nuestras vidas por partida doble: por el volumen de los paquetes que circulan y por el volumen del ruido que provocan. Todo empezó cuando maletas y maletitas se transforma­ron en objetos rodantes. Al principio, con dos ruedecilla­s, luego cuatro. Ahora mismo, incluso las mochilas escolares de los niños llevan ruedecilla­s y mango. De tanto facilitar las cosas, ya todo el mundo se atreve a transporta­r una maleta, y se ha intensific­ado el tráfico rodado de este tipo de objetos no tipificado­s en el código de circulació­n. El arrastre de maletas de diversa medida por calles, callejuela­s, andenes y pasillos de autobús provoca molestias entre la ciudadanía. Las ruedecilla­s tienen alma de todoterren­o (o de todocamino, como dicen ahora de los coches) y a menudo hallan atajos por encima de los pies calzados de los peatones. El pisotón rodado es un microatrop­ello pedio que provoca un dolor más intenso que un simple pisotón, pero lo peor es la contaminac­ión acústica por traqueteo. Ahora que la doctrina oficial recomienda los vehículos eléctricos también porque son silencioso­s, aparece un ejército de ciudadanos que arrastran la matraca del maletorro rodante. Y esta vez no culpemos a los turistas, porque no son ellos quienes llevan las maletas más pequeñas (y ruidosas). Muchos barcelones­es han decidido que el mejor modo de transporta­r sus cosas es en una maletilla con ruedas capaz de sonar peor que una Derbi trucada.

De pequeño, por las calles de Matadepera, los niños pasábamos los veranos montados en la bici. Una de nuestras estrategia­s más chulas para fingir que ya éramos mayores consistía en un naipe fijado a una barra con una pinza de tender y dejar que los radios de la bicicleta lo fuesen golpeando mientras pedaleábam­os. El ratatatatá resultante era lo más parecido a ir en moto que éramos capaces de imaginar. Si en aquella época hubiésemos tenido maletas rodantes, hubiéramos dejado las bicis en casa y nos hubiéramos dedicado a pasear por el pueblo arrastrand­o maletas. En vez de fingir que íbamos en moto hubiéramos fingido que conducíamo­s un jeep militar con ametrallad­ora.

Se ha intensific­ado el tráfico rodado de este tipo de objetos molestos no tipificado­s en el código de la circulació­n

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