Ruth Beitia, menos mal
Una plata de la saltadora de altura maquilla la discreta actuación de los españoles
Las cosas no cuajan en el atletismo en España.
Hay algunas personalidades notables, pero cojea el nivel medio. Nos hablan del marchador Miguel Ángel López o del vallista Orlando Ortega. Se dice que ambos vienen muy fuertes. Que nos ofrecerán buenos momentos en el verano, cuando lleguen los Juegos de Río. Sin embargo, la clase media del atletismo español se descompone, paradójica radiografía del tiempo que nos toca vivir.
¿No nos dicen que la cultura del bienestar ya es historia? Pues dos tazas.
En el Centro de Convenciones de Oregón (Portland), estos días no ha habido noticias de mediofondistas de nuestro país. Qué pena, con todo lo que habían logrado en otros tiempos: hasta 19 medallas habían recogido en la historia de los Mundiales en sala.
Los nostálgicos añorarán ahora a Abascal y González, Cacho y Andrés Díaz, De Teresa, Reyes Estévez e Higuero, Maite Zúñiga y Mayte Martínez, Natalia Rodríguez... (a Marta Domínguez, en estos tiempos, será mejor no mentarla...).
Ya lo ven, en Portland, los mediofondistas del presente no han accedido a una sola final: no ha habido ni uno solo entre los ocho primeros.
Tampoco ha habido noticias de los velocistas. Ni de los vallistas. Ni de los lanzadores. Si acaso, algo ha hecho alguno de los saltadores. Pablo Torrijos consiguió ser séptimo en el triple salto (16m67). Muy poca cosa, tiene que quedar claro.
Es cierto: deberíamos medicarnos contra la medallitis. Pero la carencia de triunfos desmantela el escenario: sin podios no hay efecto llamada. Y los chavales se dedican a otras cosas. Generación PlayStation, decían.
Por suerte para los directivos, también está Ruth Beitia (36). Y esta, desde hace ya diez años, casi nunca falla.
Ayer, Beitia se elevó sobre el listón hasta alcanzar la plata, su cuarto podio en un Mundial en sala. Lo hizo con una marca discreta (1,96 m), aunque muy bien gestionada. Ofreció un concurso bastante limpio, muy en consonancia con sus actuaciones habituales. A la primera superó el 1,84, el 1,89 y el 1,93, y sólo registró un nulo en esos 1,96. Superó esa altura en el segundo intento, circuns- tancia que acabó privándole del oro. Le ganó Vashti Cunningham, una estadounidense de nuevo cuño, muy joven (18 años, la mitad de los años de Beitia), compañera de generación de Trayvon Bromell, el velocista-cañón que en la víspera había derrotado al eterno perdedor, el jamaicano Asafa Powell, en los 60 metros.
Cunningham, una recién llegada a la elite que había preparado estos Mundiales a conciencia, no saltó más alto que Beitia, pero sí que desarrolló un concurso más limpio. Pasó el 1,96 m al primer intento, y ahí le ganó la partida a la cántabra. Ninguna de las once saltadoras pudo superar el 1,99 m, y ese dato no es anecdótico: en la altura femenina se respiran tiempos de cambio.
Ausentes Anna Chicherova (sancionada como el resto del atletismo ruso, acusado de dopaje de Estado) y Blanka Vlasic (la croata se guarda para los Juegos), la competición se vio ayer descafeinada. Lejos quedan los tiempos de la búlgara Stefka Kostadinova: ¡en 1987 había superado el listón en 2,05 m, una altura impensable para ninguna saltadora contemporánea!
El problema es que Beitia empieza a manifestar síntomas de hartazgo. Insiste en que llegará a Río, el próximo verano, pero también dice que su ciclo olímpico acaba allí, al pie del Corcovado: hace tiempo que se propone retirarse para centrarse en su carrera política (es diputada popular en el Parlamento cántabro).
No la veremos en Tokio, en el 2020. Lo ha dicho en diversas ocasiones.
Y esa realidad –esa apariencia de mamma que ofrece Beitia– deja huérfanos a los atletas españoles, que muy pronto se quedarán sin paraguas y con discretas expectativas de futuro.
Vienen curvas.
ÚNICO NULO Un nulo sobre 1,96 m salpicó la actuación de Beitia, que se vio superada por Vashti Cunningham
UN SOLAR No ha habido noticias de mediofondistas, velocistas ni lanzadores españoles; sólo de Torrijos, séptimo en triple