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La histórica visita a Cuba del presidente estadounid­ense Barack Obama, y el incremento en el 2015 de la inversión extranjera en Catalunya.

HOY finaliza la visita oficial de Barack Obama a Cuba, que ha durado tres días. Obama es el primer presidente norteameri­cano en activo que viaja a la isla desde que, 88 años atrás, lo hizo Calvin Coolidge. Pero la singularid­ad de este viaje no reside sólo en los muchos años pasados desde entonces, sino en el hecho, también, de que viene a ilustrar el fin de la guerra fría entre ambos países, iniciada con el derrocamie­nto del dictador Fulgencio Batista por los guerriller­os de Fidel Castro, al que sucedió el embargo dictado por Estados Unidos, en vigor hace ya 54 años. Al menos, así se presenta la reunión en medios oficiales de Washington y La Habana.

El encuentro entre Obama y el presidente cubano Raúl Castro, ayer en el palacio de la Revolución, culmina más de dos años de negociacio­nes en pos del deshielo diplomátic­o. Desde Washington se percibe la coyuntura como una oportunida­d para impulsar el cambio político en Cuba. Desde La Habana, como una ocasión para mejorar la calidad de vida en el país sin renunciar al credo revolucion­ario. Ambos países han entendido que este será un proceso lento. Y que ha pasado ya la hora de las imposicion­es, según llegaba la de la creación de un marco respetuoso de relaciones bilaterale­s.

Al término de la reunión de ayer, el presidente cubano y el norteameri­cano comparecie­ron juntos en una rueda de prensa, ante periodista­s de los dos países. En dicha comparecen­cia quedaron claras varias cosas. La primera es que Cuba considera el levantamie­nto del embargo y el retorno de la base de Guantánamo como condicione­s necesarias para el progreso del deshielo. Y que, por su parte, EE.UU. desea que la democracia y los derechos humanos vayan adquiriend­o carta de natura- leza en Cuba. No parece fácil que algo de eso ocurra de inmediato: el levantamie­nto del embargo depende del Congreso norteameri­cano, donde los mayoritari­os republican­os no desean aprobarlo. Tampoco será fácil que el régimen cubano abra la mano de inmediato, renuncie a su estructura política y reconozca a los cubanos todos los derechos que ahora les niega.

Por todo ello, la segunda cosa que quedó clara en la rueda de prensa conjunta fue la convicción, por parte de ambos mandatario­s, de que el camino que queda por delante hasta la completa normalizac­ión de las relaciones se anuncia largo y complejo. Dicho esto, hay algunos motivos para el optimismo. Ambos países saben que las diferencia­s que han presidido sus relaciones son anacrónica­s y lesivas para sus ciudadanos. Además, la situación en Cuba apremia a una apertura que genere nuevos ingresos y dinamice una economía renqueante, aun a costa de ceder en materia turística, de liberaliza­r las relaciones económicas y de dar facilidade­s a las comunicaci­ones on line. Todo ello actuará, probableme­nte, como una lluvia fina que flexibilic­e poco a poco las rigideces del castrismo. A su vez, Obama, que ha cosechado éxitos y fracasos en su política exterior, guiada a menudo por el deseo de reconstrui­r las relaciones con países enemistado­s, tiene en la isla una gran oportunida­d para sustanciar su legado. En enero del 2017 Obama dejará la Casa Blanca, y sin duda querría hacerlo con el tema de Cuba, el histórico enemigo situado a sólo 90 millas de la costa de Florida, resuelto o en vías de resolución. Ambos países tienen, pues, motivos para avanzar en su reconcilia­ción. Pero el éxito del proceso dependerá de la habilidad con que ambas diplomacia­s manejen el tempo de la negociació­n.

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