El teatro de La Tour
La de Georges La Tour es una de aquellas exposiciones que justifican la absurda planificación radial del AVE. Vale la pena. Nuestra guía parece casi poseída por el espíritu beatífico de estas pinturas del barroco. A los pingüinos que la escuchamos nos explica que cuando era pequeña pidió que la fotografiaran junto al San José carpintero. Este cuadro habitualmente cuelga en la sala 28 del Louvre, pero hasta mediados de junio podrá contemplarse en Madrid. Años después la guía se licenció en Historia del Arte. Ahora, en el Prado, se planta ante aquel cuadro, haciendo como si su vocación tomara pleno sentido. Con su vivencia, a la que da volumen moviendo de arriba abajo los brazos para enfatizar la geometría de las pinturas, magnetiza a los que hacemos con ella el recorrido. Nos fuerza a fijarnos en la mirada del padre encorvado que se encara a su hijo trabajando la madera. Como hemos visto en cuadros anteriores, una candela ilumina ambos rostros para subrayar el diálogo de miradas. Aquí, en los ojos de un padre fatigado, vemos concentrada la entrega filial de toda la experiencia vivida a quien lo va a suceder.
Durante décadas La Tour quedó arrinconado en los tratados y para los estudiosos. Por eso, cuando fue redescubierto, mucha información sobre el pintor y su obra era irrecuperable. Se sabe cuándo nació en la Lorena (en 1593), cuándo murió (en 1692) y qué pintó para el rey. Poca cosa más. Hay cuadros, incluso, cuya autoría es dudosa. Más que rehacer su historia, pues, cada cuadro invita sobre todo a la descripción interpretativa. A identificar los modelos que usó y que irán reapareciendo, ya sea el ciego demacrado o la mujer con cara de muñeca pepona. A preguntarse por qué nunca pintó exteriores y siempre escenas en primer plano con un marco difuso. Tal vez La Tour, contemporáneo de Calderón, entendió que el mundo de los hombres sólo podía entenderse presentándolo como un teatro y que era dentro de las apariencias del mundo encapsulado como una ficción estilizada como se podían intentar plasmar actitudes, caracteres y sentimientos profundos.
Vale la pena pacificar el espíritu con la exposición de La Tour en el Prado.