Atrapada en el miedo
Unas vacaciones, la vuelta a casa, un viaje de trabajo…, nuestra vida cotidiana trastocada otra vez por el zarpazo de una matanza indiscriminada, en esta ocasión en Bruselas, corazón de la extenuada maquinaria europea. El Viejo Continente acusa el esfuerzo: los refugiados se agolpan a sus puertas y los populismos carcomen sus estructuras políticas. Los atentados añaden más miedo, instrumento de propaganda del yihadismo. El terrorista ya no pertenece a una banda a la que perseguir por medios policiales, su red de apoyo es global, y la guerra ya no es entre estados, sino contra combatientes invisibles, que viven entre nosotros, en territorio para ellos enemigo. ¿Cómo luchar contra esa hidra de mil cabezas? Sólo en Francia se cuentan 4.000 sospechosos, sin incluir a los no fichados. Imposible vigilarlos a todos. La inquietud y el desánimo ante semejante amenaza mina nuestra confianza en los estados, en los gobernantes, en el prójimo... y aún más en el diferente.
Europa vive hoy atrapada en el miedo. Los incomprensi- bles ataques islamistas acrecientan la sensación de vulnerabilidad e incitan a la desconfianza. Los atentados de París y Bruselas presionarán a una Unión Europea debilitada y recelosa. Lo pagarán –ya lo están pagando– los miles de fugitivos que huyeron de la guerra en Siria, donde han transcurrido cinco años de exterminio bajo la indiferencia europea. Uno de esos refugiados hizo ayer amago de quemarse a lo bonzo en Grecia, en un desesperado intento de llamar la atención sobre su desgracia. La reacción epidérmica de Europa ha sido cerrar las fronteras, mientras la xenofobia prende entre unos ciudadanos temerosos de que los recién llegados acaben con su cultura y lo que queda del Estado de bienestar. El yihadismo se vale de la democracia para intentar acabar con ella. Porque los cinturones de los fanáticos no sólo van cargados de explosivos, sino también de un miedo que empieza a inocularse en los valores de Occidente.