La Vanguardia

La España ocupada

Jesús Carrasco reincide en la literatura con ‘La tierra que pisamos’, tras el éxito de su debut con ‘Intemperie’

- XAVI AYÉN Barcelona

En su segunda novela, La tierra que pisamos, Jesús Carrasco sitúa la acción en una España ocupada por un país invasor que ha expulsado a la población autóctona de sus casas.

Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) impactó, en el 2013, a una parte de los lectores españoles con su debut literario, Intemperie, una novela en la que un personaje era perseguido en un angustiant­e entorno rural. Ahora reincide con La tierra que pisamos (Seix Barral), ambientada en una España ocupada por una potencia extranjera. De repente, un día, en el huerto de Eva Holman –esposa de Iosif, uno de los oficiales ocupantes– aparece agazapado y silencioso un ser humano, Leva. ¿Quién será?

Si Intemperie basaba su fuerza en el léxico, La tierra que pisamos lo hace en su estructura. “Es más ambiciosa –admite, sentado en el café de una librería barcelones­a– porque Intemperie es extraordin­ariamente sencilla, un cuento largo. Aquí la estructura es más compleja, y además hay un personaje que encarna la voz de otro, es su portavoz, la historia de Leva nos la cuenta Eva Holman”.

Leyendo la sinopsis, uno pensaría que la obra no tiene nada que ver con la anterior, pero resulta que sí, pues no es para nada una novela política. “La idea central es contar la experienci­a íntima de un par de personas, solo que aquí se mueven en un contexto de sometimien­to político, pero eso es de fondo, para mí es una novela de emociones”.

Una España ocupada, sí, pero que es un como un paisaje casi abstracto, como en una obra de Beckett o Kafka. “No me interesaba un contexto histórico real, que podría producir fugas en la interpreta­ción”.

Leva, el señor que aparece en el huerto, es “un hombre sencillo, muy emocionalm­ente pegado a la tierra, no puede vivir sin ella, como a otros les sucede con el mar. Pensé en el abuelo de un amigo mío, que se emocionaba al abrazar los árboles”. Eva, su forzada anfitriona, “es culturalme­nte más sofisticad­a, podría parecerse a lo que yo soy, al lector, ambiguo, contradict­orio, lleno de dudas” porque “está en el medio, es más como yo. Yo sé, por ejemplo, que hay gente al lado que lo está pa- sando mal, sabemos que hay desahucios, refugiados, todo eso a nuestro alrededor, pero podemos permitirno­s el lujo de no mirar, estamos en misa y repicando, a veces somos samaritano­s y a veces no”.

El personaje del intruso transmite un carisma intenso: si ella no le denuncia nada más verle es por la fascinació­n de su presencia. “Hay una relación de atracción y rechazo, tanto de clase como racial. Cuando este hombre se presenta en el huerto de la mujer, ella lo ve como un animal y poco a poco es ella la que se va humanizand­o. El pueblo donde se han asentado los ocupantes está pacificado, se ha expulsado a la gente que vivía allí. La sensación de realidad de Eva es la de vivir en Marina d’Or. De repente, Leva penetra ahí y le dice que no está por casualidad. A ella le fascina que él no le responda, simplement­e permanece en solitario y no se va aunque ella lo amenace con una escopeta. Ella debe desentraña­r por qué ha venido”.

Las descripcio­nes sensoriale­s y físicas siguen teniendo su importanci­a: arden piras, se aparejan yeguas, los objetos pesan... “Eso me acompañará mientras escriba, tengo una relación muy física con el mundo, disfruto del tacto, del olfato... Empecé esta no- vela trabajando en mi tomatera”.

Si su primera obra cargó con la etiqueta de novela rural, esta es absolutame­nte moderna. “Allí –explica– el trasfondo era como un escenario de teatro, aquí es más determinan­te y complejo, te interpela: ¿cómo viviría yo siendo un esclavo ? ¿O sin democracia? ¿O si fuera yo el colono que ostenta el poder?”.

Pero ¿quién ocupa? ¿Alemania? “No debería identifica­rse, no es lo importante. Juego al despiste, en cuanto a la extensión del

“Interpelo al lector: ¿cómo viviría yo si fuera un esclavo? ¿Y sin democracia? ¿O si fuera yo el colono?”

imperio, los apellidos de los ocupantes...”.

La violencia, muy presente, se inscribe sin embargo en la trama de modo natural, como fusionándo­se con el entorno. Temas como la angustia o el dolor enlazan con su obra anterior pero él matiza que “antes era la naturaleza quien la ejercía, ahora el monopolio de la violencia lo ostenta el ser humano, con un sentido político o económico”.

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ELISA BERNAL Jesús Carrasco, en una librería de Barcelona

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