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El atentado perpetrado por el Estado Islámico en Bruselas, y la campaña preventiva emprendida por la policía para frenar el maltrato a la mujer.
EL Estado Islámico (EI) demostró ayer su capacidad. Cuatro días después de la detención en Bruselas de Salah Abdeslam, uno de los cerebros de los atentados de París del 13 de noviembre, los terroristas del EI golpearon la capital de Europa con una coordinación y eficacia que supone un grado más en la escalada de fuerza contra el Viejo Continente, escenario propicio para ganar las batallas que el yihadismo pierde en el frente de Siria.
Esta vez la elegida ha sido Bruselas, sede de la Unión Europea y la Alianza Atlántica. Todos los expertos coinciden en que los atentados de ayer no pueden ser dispuestos ni preparados en cuatro días, sino que obedecen a una infraestructura que parece activada para contrarrestar propagandísticamente la detención de Abdeslam y levantar la moral de la tropa. El EI ya ha empezado a perder su guerra en Siria y, por añadidura, el sueño de un califato que, desde Siria e Iraq, debía expansionarse por las riberas del Mediterráneo.
Los ataques aéreos de Rusia, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos han allanado el terreno a los avances terrestres de los peshmergas kurdos y del ejército sirio –con ayuda iraní– . Esta impresión de creciente debilidad dejaba en evidencia el califato universal y exigía un golpe de fuerza como el lanzado ayer en Bruselas. Cinco años de guerra en Siria han formado una legión bien adiestrada de yihadistas, lo suficientemente fanatizados para poner en vilo a Europa a lo largo de este año 2016, especialmente complejo: crisis de los refugiados, incertidumbre económica y falta de liderazgo colectivo.
Ante semejante desafío, que se presenta largo, Europa está obligada a reaccionar. Si algo cohesiona a los europeos son los conceptos de libertad, derechos humanos y valores morales. La resolución de la crisis del más de millón y medio de refugiados llegados en el 2015 desde Siria, Iraq o Afganistán ha puesto en entredicho la credibilidad continental. Europa no se ha gustado y ha cerrado en falso una crisis humanitaria a la que muy pocos líderes han tratado con responsabilidad. Los atentados de Bruselas son, por cierto, otro golpe para estos refugiados. Cuanto peor vaya todo, mejor para el Estado Islámico. Si un sector significati- vo de electores alemanes votó en las elecciones regionales del pasado 13 de marzo en favor de un partido xenófobo como Alternativa para Alemania (AfD), ¿cuántos sufragios potenciales no habrá ganado esta y otras formaciones populistas con las imágenes y los miedos de Bruselas? Cabe recordar que la AfD, creada en el 2013, cosechó entre un 12% y un 24% del voto en tres regiones.
La respuesta al desafío puede marcar el rumbo de Europa en la encrucijada. La lucha contra el terrorismo es un factor de cohesión. Pocas noticias son sentidas como propias por cualquier europeo como un ataque yihadista, ya sea en Madrid, Londres o París. No es retórica: el aeropuerto o el metro de Bruselas son percibidos como los de nuestras ciudades, una cercanía que refuerza la identidad y el destino común.
El equilibrio entre seguridad y libertades es vital para afrontar esta tragedia y las que están por llegar. Cada día hay menos distancia entre las tesis policiales –que llevan años alertando del yihadismo– y las actuaciones políticas. Inevitablemente, lo vivido ayer en Bruselas refuerza a los estados más decididos por una línea de firmeza, como la Francia del tándem Hollande-Valls. París instó ayer al Parlamento Europeo –para ser exactos, a diputados verdes y sectores de izquierda– a que aprueben de una vez el Passenger Name Record (PNR), un fichero europeo con los datos personales de los pasajeros que ayudaría a trazar los movimientos de sospechosos. Ya lleva cinco años de tramitación en el Parlamento Europeo...
La intensificación de la coordinación policial e informativa es de rigor. También son aconsejables –e inevitables– ciertas alianzas con países clave como la Rusia de Putin, Marruecos, el Egipto del presidente Al Sisi o la Turquía de Erdogan.
Si los refugiados en suelo europeo ven perjudicados sus intereses con este atentado, dictadores como El Asad salen beneficiados (Damasco “ofrece” su capacidad de facilitar información decisiva sobre los movimientos de los terroristas). Un equilibrio complicado y con el riesgo del éxito electoral de partidos xenófobos. También una oportunidad para cohesionar Europa y sacarla del estancamiento.