Las alarmas se disparan en Europa; la interinidad se instala en España
Conmoción por los atentados de Bruselas, con respuesta oficial templada
La nueva fase del terrorismo yihadista en Europa sorprende a España en el interior de su laberinto. La Unión en alarma. España interina. La respuesta institucional a las bombas de Bruselas fue ayer templada. Contenida. Declaración oficial de Mariano Rajoy, a las siete de la tarde, casi doce horas después del suceso, desde Ayamonte (Huelva). Reunión de los partidos firmantes del Pacto Antiyihadista en la sede del Ministerio del Interior. Ninguna palabra de más. Ninguna propuesta especialmente incisiva. España en sí misma.
El país que ha sufrido el más terrible atentado del fanatismo islámico en suelo europeo vive una interinidad de perfiles casi autárquicos. Enroque político, neurosis mediática. Una espesa melaza doméstica, entre la intriga, el desconcierto y la exageración cotidiana de lo menos importante. Un país plano.
Los atentados de la noche del 13 de noviembre del 2015 en París, con un balance de 130 muertos y 352 heridos, coincidieron con los preparativos de las elecciones generales del 20-D. Cuatro meses después, las bombas del 22 de marzo del 2016 en Bruselas, con un balance provisional de 34 personas fallecidas y 200 heridos, sorprenden a España en puntos suspensivos. Paradójicamente, Bélgica, el país ahora golpeado, ha sido referencia de la crónica política. Los belgas estuvieron más de quinientos días sin gobierno entre junio del 2010 y finales del 2011, a consecuencia de un resultado electoral muy difícil de manejar.
Los atentados de París movieron el cuadro político español. El presidente Mariano Rajoy se hallaba entonces en fase de “emergencia”. Cuatro días antes, el Parlament de Catalunya habría aprobado una resolución de retórica rupturista que ponía en duda la autoridad del Tribunal Constitucional. Un movimiento táctico de la corriente principal del soberanismo catalán para asegurar la investidura de Artur Mas con el voto de la CUP. Un señuelo muy mal calculado, como el tiempo se encargaría de demostrar.
Rajoy aprovechó aquel error de los soberanistas para convocar en la Moncloa a los principales líderes políticos del país, incluidos aquellos que aún no tenían representación parlamentaria. Un gesto de verdadero alcance: Albert Rivera y Pablo Iglesias entraron en palacio antes de que hablaran las urnas. Evidentemente, salieron reforzados. Los resultados electorales del 20 de diciembre así lo certifican, especialmente en el caso de Podemos.
Inmediatamente después de los atentados de París, Rajoy promovió –a instancias de Ciudadanos– el denominado Pacto Antiyihadista. Caligrafías de campaña electoral con fondo dramático. Rajoy presidía y el Partido Popular radiaba el siguiente mensaje: “O nosotros o el caos”. Los resultados del 20-D no obedecieron exactamente a ese paradigma.
Cuatro meses después, el mazazo de Bruselas. Una terrible sacudida en pleno debate europeo sobre la acogida a los refugiados musulmanes de la guerra civil de Siria. Debate áspero y difícil al que la esfera oficial española asiste con gesto glacial y distante.
El país que ha sufrido el mayor atentado yihadista en Europa parece observar la lenta corrosión del espíritu europeísta con una gasa en los ojos, entre la apatía intelectual, una cierta indiferencia política y una sobrecarga de sentimentalismo en los sectores más politizados de la población. No es el tema.
El tema es España en sí misma.
LA LARGA INTERINIDAD Los atentados de París y Bruselas han sorprendido a España pendiente de sí misma
EL ENSIMISMAMIENTO
Desde hace meses, la esfera oficial española asiste distante a los debates europeos
ECO S DEL 11- M España sigue siendo el país con el peor atentado islamista en suelo europeo
SIRIA Y SUS CONSECUENCIAS
La cuestión de los refugiados apasiona pero apenas tiene incidencia concreta
Ecos de marzo del 2004. El negacionismo oficial sobre la autoría islamista de los atentados del 11-M en Madrid provocó un tremendo enfrentamiento entre los dos principales partidos políticos españoles –hoy incapaces de pactar entre sí–, auspició un delirante culebrón periodístico sobre conspiraciones nunca demostradas, y alimentó los depósitos de desconfianza de la opinión pública. España en sí misma.
(La interinidad prosigue, al ralentí. Hoy Pedro Sánchez y Pablo Iglesias mantendrán una conversación telefónica ante la imposibilidad de cuadrar agendas, es decir, ante el escaso deseo de fotografiarse juntos, de momento.)