La Vanguardia

El yihadista llama al paraíso

- Joaquín Luna

Los yihadistas no se inmolan. Inmolarse es dar la vida por el bien de los demás y no darla porque te han prometido la vida padre en el paraíso. –Vengo de matar a unos infieles. –No está en la lista... –¡Me esperan unas huríes en el reservado! Soy el de la carnicería de Bruselas.

–Si no está en la lista, tiene que ir a la otra cola. Y aquí no ha entrado ninguna hurí...

El yihadista de Bruselas mira la otra entrada al paraíso y se mosquea: la cola dobla la esquina.

–¿No está Alá? Dile que estoy en la puerta.

El portero del paraíso ya intuye que el yihadista de Bruselas es otro pesado que dice conocer al dueño. Llama a Alí, el yerno de Mahoma, el director, que sí está en la sala todas las noches. –Tengo al yihadista de Bruselas... –Ya... y viene con el rollo de las vírgenes. Ya le dije a mi suegro que no prometiese nada, que el marketing religioso sólo atrae a garrulos. ¡Mira que creerse lo de las vírgenes!

El portero conmina al yihadista de Bruselas a que vaya a la otra cola y no obstruya el paso. Hay una familia de musulmanes que vienen a celebrar las bodas de oro y están en la lista, impaciente­s con el pesado, a quien, no obstante, no le recriminan nada.

El yihadista se va mosqueado y, de quedarle cara, la habría perdido porque en la sala entra gente que no ha hecho nada y él, en cambio, lo ha dado todo. Reconoce en la cola a compañeros del instituto.

–¡Hola, Tarik! ¿Tú no te inmolaste en Madrid?

–Calla, calla. Se mata uno para dejarse de complejos y llega al paraíso y no hay manera de entrar. –¿Tú crees que ligaremos? Tarik se limita a señalar la cola, masculina y cosmopolit­a: Nueva York, Londres, Madrid, París, Moscú... Y mucho yihadista tonto, de esos que se hacen detonar, no matan a nadie y se quedan sin hurí.

Las chicas guapas entran sin problema. Tarik y el yihadista de Bruselas se hacen los graciosos. Ni les contestan. Cuando estemos dentro, piensan, las mujeres nos rodearán y reirán sin parar con nuestros chistes y las vírgenes atractivas se pelearán para entrar en el reservado yihadista.

–Déjame pasar. Soy amiga de Tarik. Pregunta a Mahoma. O a Alá.

El portero está hasta el gorro de la patulea y se pregunta por qué dan tanto la lata con sus historias, su pasado y esa frustració­n permanente. Si no saben beber, ¿para qué quieren vivir?

De repente, el portero recibe órdenes y franquea el acceso, que conduce a un reservado acristalad­o y con mucha luz, sin barra ni música. El público los observa. Las vírgenes están, efectivame­nte, desnudas y esperan ansiosas, entre eructos, halitosis y hedor, la llegada de sus amantes.

–Somos unos pringados, ¿verdad, Tarik?

El portero del paraíso ya intuye que el yihadista de Bruselas es otro pesado que dice conocer al dueño

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