Vanguardias en la pastelería
ENRIC CASALS GINESTA (1940-2016) Corresponsal de prensa y pastelero
Durante años Arbúcies ha tenido una singularidad: La Vanguardia se compraba también en la pastelería. A mí me mandaba mi madre, cuando acabábamos de servir los desayunos en el hostal Castell. Bajaba a la carretera, entraba en la pastelería, Can Piconaire, y recogía el diario que teníamos reservado, con el nombre del hostal escrito en bolígrafo azul en el extremo superior de la portada. A veces veía, a medio camino entre el mostrador y el taller, a Enric Casals Ginesta, corresponsal de prensa y pastelero. Era un personaje sensacional. Hiperactivo, había comenzado a colaborar en La Vanguardia en los años sesenta. Si la hemeroteca no me engaña, su primera colaboración fue una nota en 1966 sobre el día de San Cristobal, que en Arbúcies se celebraba muchísimo: toda la gente que trabajaba en las carrocerías, que era un montón, organizaban una gran movida. Aquel año se montó un entoldado, vinieron a tocar los conjuntos Telstar y Los Jerrys, se celebró una misa solemne, con la Principal de Palafrugell, se bendijeron los coches, engalanados con flores, y se organizó una fiesta para los niños. Para él este ambiente era la felicidad pura. Y la pequeña noticia que publicó La Vanguardia transmitía la plenitud de su alegría. Estaba en todas partes: escribía la noticia, hacia los pasteles y bailaba en el entoldado.
Ser el corresponsal de un pueblo y que te publiquen las notas que escribes requiere insistencia y habilidad. Casals Ginesta era un as. Todos los jefes de sección habían recibido sus visitas y sus llamadas, llenas de simpatía. Cuando colgaron el No-Do en internet descubrí un reportaje sobre las Enramades d’Arbúcies, que se celebran cada año en la octava de Corpus y que en los años sesenta y setenta eran un fiestón. Qué extraño, de toda manera, pensé, que los sacaran en el No-Do. Miré la filmación y, no falla, encontré a Enric Casals Ginesta bailando una sardana con su querida Agustina Casanova. Me reía solo, imaginando como debió conseguirlo: las explicaciones entusiastas hasta que el realizador del No-Do le debía prometer que vendría a filmar el reportaje, que ahora es un testimonio extraordinario de un mundo que no existe.
Hace unos años, Enric Casals y Agustina Casanova nos invitaron a cenar. Con mi mujer Cristina y mi hijo Pau lo recordamos a veces, riendo. Comimos el primer y el segundo plato sin entretenernos mucho, para llegar cuanto antes a los postres. Entonces, empezó un festival de pans de pessic, lionesas, massinis y brazos de gitano, que Enric presentaba con grandes exclamaciones de una avidez contagiosa. Hablamos de dos de sus scoops periodísticos. En julio de 1970, cuando cubrió el accidente de un avión Comet inglés, cerca de Sant Marçal, y en julio del 1976, cuando publicó un reportaje de una página entera sobre el castillo de Montsoriu, que en aquella época estaba dejado de la mano de dios. También explicó, claro, la historia del pa de pessic, que su bisabuelo, que era pastor, empezó a fabricar en 1865. La masía de Can Blanc, en las afueras de Arbúcies, era una casa señora. El poeta Víctor Balaguer pasó unos días allí y escribió el librito Al pie de la encina (1873). Por la misma época debía pasar el pastelero del rey Alfonso XII. El bisabuelo de Enric consiguió que le diera la fórmula del pa de pessic y cambió de oficio. Enric Casals Ginesta era una de aquellas personas que tanta falta hacen. Iba a decir en los pueblos, pero quería decir en el mundo.