La Vanguardia

Una odisea moral

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Hace pocas horas que se ha publicado el cartel del festival de Cannes 2016. Se trata de un fotograma, virado a amarillo, del film Le Mépris de Godard, en el que vemos en plano general la monumental escalera de la casa Malaparte en la isla de Capri, donde se rodó la mayor parte del filme en 1963. Subiendo por estas escaleras que configuran el techo, y el edificio entero, vemos el cuerpo lejano de su protagonis­ta, Michel Piccoli. La manera que tiene el festival de dar sentido a esta imagen es en referencia a los motivos visuales que se evocan: la imagen de una subida de escalones en forma de ascensión hacia el horizonte infinito de una pantalla de proyección. Efectivame­nte, el encuadre elegido favorece la perspectiv­a de la escala a cielo abierto con la visión de un horizonte mediterrán­eo: como la Odisea, que es siempre evocada en el film, más allá de este horizonte se vislumbran todos los dramas imaginable­s, todas las aventuras posibles.

Pero ya no puedo ver este imagen de Godard sin tener en cuenta lo que me reveló la lectura de la tesis doctoral del poeta Vicenç Llorca alrededor de Le Mépris, donde fundamenta su filiación odiseica, pero donde sobre todo reivindica también la figura de Alberto Moravia, autor del libro El disprezzo, en el que se basó Godard para hacer la película. Durante muchos años esta novela había sido poco considerad­a, en parte porque el mismo Godard se había apresurado a menospreci­arla. Lo que podemos saber ahora es que el libro ya contenía las claves de lo que luego sería una de las películas centrales de la modernidad, la descripció­n minimalist­a del desconcier­to que provoca sentir como en una pareja se pasa del amor al desprecio que da título a la obra, de la atención a la indiferenc­ia, en un proceso frágil e impercepti­ble que el mismo Godard calificó de una ‘odisea moral’.

Le Mépris se rodó en Capri, en un edificio carismátic­o construido siguiendo las indicacion­es de su propietari­o, Curzio Malaparte, que se inspiró en las escalinata­s de una iglesia de las vecinas islas Eolias. Es en este conjunto de islas donde se han rodado algunas películas claves del cine moderno, como Stromboli de Rossellini, La aventura de Antonioni, Kaos de los hermanos Taviani o Caro Diario de Nanni Moretti. La cuestión de por qué las islas son tan fértiles para el cine es un aspecto muy interesant­e y productivo. Filmar en una isla es una forma de soledad, de extrañamie­nto del paisaje, de hacer que las vicisitude­s del rodaje entren a formar parte de la obra misma.

Un ejemplo muy reciente de esta fortaleza fílmica de las islas se encuentra en Fuocoammar­e de Gianfranco Rosi, la película ganadora del último festival de Berlín. Rosi se instala en la isla de Lampedusa, también cercana a Capri, y documenta el viaje tormentoso de los refugiados que cruzan el estrecho de Sicilia desde Libia, poniendo en riesgo su vida, para llegar a las costas italianas. El filme trata de cómo esta llegada transforma la manera de ser, de sentir y de actuar de los pobladores de Lampedusa, en su mayoría pescadores, que se disponen a responder a los retos éticos de esta llegada desamparad­a. Otra forma de odisea moral.

Filmar en una isla es una forma de soledad, de hacer que las vicisitude­s del rodaje entren a formar parte de la obra misma

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