Incomunicación
INSIDE out ( Del revés) es esa película de animación cuyos personajes encarnan las emociones de la protagonista: alegría, tristeza, ira, miedo y asco son suficientes para describir la personalidad de una adolescente en plena transformación. Con unos pocos registros más trazaríamos los resortes emocionales que están marcando la política española. Basta con añadir los celos, la envidia, la arrogancia y el desdén para explicar lo que está pasando entre Pedro Sánchez y Susana Díaz o entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, por poner dos ejemplos. Como es sabido, las emociones se contagian – sobre todo las negativas– y suscitan malentendidos que, a su vez, enquistan los prejuicios. La incomunicación campa así a sus anchas por la política. Sánchez e Iglesias tenían previsto entrevistarse esta semana, pero ayer dejaron que la desgana y un punto de soberbia inundara su ánimo y lo dejaron correr. Los presidentes del Gobierno central y de la Generalitat, Mariano Rajoy y Carles Puigdemont, se vieron ayer por primera vez las caras, pero apenas intercambiaron un saludo para regresar después cada uno a eso que ahora llaman su zona de confort, que consiste en reprocharle al otro su nulo interés en el diálogo.
La enfermedad de nuestro tiempo es la incomunicación. Dicen que Zuckerberg, el creador de Facebook, era un tipo muy poco sociable antes de inventar la red social. La incomunicación es el mal de la era de las comunicaciones. La política se vuelca como nunca en lanzar sus mensajes por doquier, pero los políticos confunden la comunicación con la propaganda. Comunicación es poner en común –no sólo fingir que se dialoga– y la incomunicación es el más rotundo fracaso de la política. ¿Qué ocurrirá si unas nuevas elecciones arrojan un resultado similar al actual? ¿Qué pasará si Rajoy sigue gobernando? ¿Seguirán Puigdemont y él sin cruzar palabra? Y, por último, ¿acaso creen que se les paga para que se hagan los ofendidos?