La Vanguardia

Unidos por la fatalidad

La historia de la más enterneced­ora carta de despedida: “Deixa la muntanya, amor meu, i torna a casa”

- DOMINGO MARCHENA Barcelona

La triste casualidad ha hecho coincidir la tragedia de Bélgica con el aniversari­o de los luctuosos sucesos de hace un año en los Alpes, la catástrofe de Germanwing­s, que el periodista Domingo Marchena rememora a partir de sus vivencias más emotivas y personales.

Aunque no lo descubrí hasta días más tarde, desde el 24 de marzo del 2015, a las 10 horas, 41 minutos y seis segundos, tengo una hermana y dos sobrinos. Todavía no los conozco. Son la viuda y los hijos de una de las 150 víctimas del Airbus de Germanwing­s.

Hace un año, tres periodista­s de esta casa alquilaron un coche y se pusieron en camino hacia Seyne-les-Alpes y Le Vernet, como muchos otros compañeros de todo el mundo. La tragedia del vuelo 4U 9525 Barcelona-Düsseldorf había enlutado estas bellísimas localidade­s de la Alta Provenza.

En aquel vehículo viajaban el fotógrafo Mané Espinosa, el videorrepo­rtero Albert Domenech y el firmante de esta crónica. Por distintos motivos –profesiona­les y personales– los tres tenían que estar de vuelta en Barcelona el domingo 29: un viaje en avión a Berlín, la cobertura de un con- cierto del conjunto 9 Son en la sala Apolo y una boda en Jaén...

Hoy lo sabemos todo sobre la demencia de Andreas Lubitz, el copiloto que estrelló deliberada­mente el aparato. Cuando se descubrió que el accidente fue obra de un suicida que quiso llevarse con él las vidas de 149 inocentes, los periodista­s alemanes en la Alta Provenza se preguntaba­n “de qué etnia” era el copiloto, en la creencia de que un terrorista haría más fácil las explicacio­nes. Buscaban a un alemán nacionaliz­ado, no a uno apellidado Lubitz. ¿Lo sabemos todo? Sabemos que a las 10.12 horas un miembro de la tripulació­n llevó el almuerzo al piloto Patrick Sondheimer y al copiloto Andreas Lubitz. Que Andreas Lubitz comenzó a comer a las 10.15 horas. Y que a las 10.29 el comandante le dijo que iba al lavabo y que se fuera preparando para el aterrizaje. A partir de ese momento, el copiloto se encerró en la cabina y bloqueó la puerta por dentro. A las 10.31 se oyó un fuerte golpe, probableme­nte del comandante que intentaba entrar, al tiempo que gritaba: “¡Por el amor de Dios, abre la maldita puerta!”. Los golpes se volvieron metálicos (ya no se utilizaban manos y pies, sino un objeto contundent­e) y se repitieron varias veces. La última, a las 10 horas, 36 minutos y 30 segundos.

Poco después, a las 10 horas, 41 minutos y seis segundos, el fin.

Nunca sabremos nada. Nunca sabremos qué pasó por la cabeza de Andreas Lubitz ni cómo fue posible que hasta 40 médicos supieran desde el 2009 que padecía graves trastornos y, pese a ello, no hicieran absolutame­nte nada para impedir que renovase su licencia. Nunca sabremos qué pensaron las 149 personas de a bordo, entre las que había 72 alemanes y 51 españoles, en esos últimos minutos. Recién casados, turistas, estudiante­s, directivos de multinacio­nales y dos bebés. Nunca sabremos qué escalofrío les recorrió cuando el comandante se dio por vencido y dejó de aporrear la puerta. Ni el dolor de sus familias. Nunca, nunca, nunca. No, nunca lo sabremos, pero nos lo podemos imaginar porque estuvimos cinco días en un paraíso convertido en el infierno. El sábado, cuando regresábam­os a Barcelona y ya estábamos cerca de Digne-les-Bains, a 41,1 kilómetros de Seyne-les-Alpes por una tortuosa carretera de montaña, recibí un mensaje en mi móvil. Era de Paloma Arenós, correspons­al de este diario en las dos comarcas del Vallès. Una de esas periodista­s que hacen buena la afirmación de Gervasio Sánchez: “El verdadero periodismo de guerra se hace hoy en la prensa local”. Paloma nos preguntaba si aún estábamos en Le Vernet y si podíamos leer ante el monolito que se levantó allí en recuerdo de las víctimas una carta. La carta. Es el texto más hermoso que he leído jamás. Lo escribió una amiga de Paloma, una madre de dos niños que acababa de perder a su marido, directivo de una multinacio­nal japonesa. Aún tengo la carta en mi móvil, aunque no me atrevo a releerla por pudor y porque no me pertenece. Yo sólo hice de intermedia­rio. La cito de memoria. Recuerdo que acababa así: “Deixa la muntanya, amor meu, i torna a casa”.

Paramos el coche como pudimos, peligrosam­ente cerca de una curva. Miramos hacia la montaña y leímos la carta con la voz rota. Y sentimos envidia del amor que se había profesado esta pareja, un amor más allá de la muerte. No era el texto de una mujer dispuesta a enterrarse en vida y llorar a su marido. Le decía que se compraría una bicicleta y que vería por la tele las competicio­nes de moto GP, como sin duda tantas veces él le había pedido.

También decía que aprendería a cocinar sus platos preferidos y prometía que haría de sus hijos dos hombres tan buenos como su padre. Y que trataría de obrar siempre como él hubiera querido, pero que si no estaba de acuerdo con lo que él hubiera querido actuaría según sus criterios y se lo explicaría así a los niños. Y regresamos a Barcelona. En realidad, no regresamos del todo porque esa carta se debería haber leído junto al monolito y no había excusa en el mundo que justificar­a que no se hubiera hecho. Cuando descubrí que los remordimie­ntos no me permitiría­n olvidarme de la montaña, me acordé de la Cruz Roja. Bendita Cruz Roja. Algunos de los psicólogos que se desplazaro­n desde Barcelona para atender a las familias de las víctimas en Seyne les Alpes y Le Vernet son los mismos que han ayudado ahora a los su- pervivient­es y a las familias de las chicas que han fallecido en el accidente de autocar de Freginals.

Les reboté el mensaje a Paty y a Irene, dos de las integrante­s del dispositiv­o. Paty ya había regresado, pero Irene, que también colabora en una radio y tiene una voz preciosa, aún seguía en Le Vernet. Leyó el mensaje donde quería la viuda, rodeada por sus compañeros. Uno de ellos la grabó en un vídeo que dura un minuto, 15 segundos. La última imagen es de las cumbres nevadas, mientras Irene lucha por decir: “Deixa la muntanya, amor meu, i torna a casa”. También tengo el vídeo en mi móvil, pero no me atrevo a abrirlo. Ni a borrarlo. Es el único hilo que me une a una familia con la que me hermanó la tragedia.

ALAS 10.12 HORAS Un auxiliar de vuelo lleva una bandeja de comida al comandante y al copiloto del Airbus ALAS 10.29 HORAS El comandante va al lavabo, el copiloto se encierra en la cabina y bloquea la puerta ALAS 10.41 HORAS De repente se dejan de oír los golpes en la puerta; es el fin: todo ha acabado..., ¿todo?

 ?? MANÉ ESPINOSA / ARCHIVO ?? Un helicópter­o de la Gendarmerí­a sobrevuela la zona del accidente; detrás de las montañas estaba el lugar donde se estrelló el avión
MANÉ ESPINOSA / ARCHIVO Un helicópter­o de la Gendarmerí­a sobrevuela la zona del accidente; detrás de las montañas estaba el lugar donde se estrelló el avión
 ?? MANÉ ESPINOSA / ARCHIVO ?? Una corona con el número del vuelo, en el monolito de Le Vernet
MANÉ ESPINOSA / ARCHIVO Una corona con el número del vuelo, en el monolito de Le Vernet

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