Predicar en el desierto
Una periodista belga infiltrada en el Molenbeek radical ya advirtió hace diez años de lo que se cocía en el barrio
Si hay algo que abunda en Molenbeek son los oratorios. Llamarlos mezquitas sería, además de impropio, darles una categoría que no tienen. Y todos están “detrás de aquella puerta”, escondidos, en lugares inmundos. Allí detrás abundan los panfletos de un islam radical editados en Arabia Saudí o la vecina Holanda en francés y neerlandés, las soflamas que llaman a la yihad y hombres y algunas mujeres que parecen salidos de otro siglo. Y no del siglo XX, precisamente.
Así era ya en el 2005, cuando Hind Fraihi se instaló allí durante dos meses para hacer periodismo de investigación para el diario Nieuwsblad. Además de los reportajes publicados, escribió en el 2006 el libro En immersion à Molenbeek (Éditions de la Différence), ahora reeditado. En él alertaba de que en Molem, como llaman los magrebíes a Molenbeek, también conocido como Petit Maroc, el radicalismo impregnaba la vida de los vecinos musulmanes.
“Algunos representantes de las autoridades belgas me han pedido disculpas. El alcalde dijo entonces que exageraba, que buscaba el sensacionalismo. Perdimos la oportunidad de comprender qué pasaba”, comentaba con amargura Fraihi a Le Parisien después de los atentados de noviembre pasado en París.
La periodista, que nació en Bornem –zona flamenca de Bélgica– en 1976, se hizo pasar por una estudiante de Sociología que preparaba su trabajo de fin de carrera. Sus orígenes marroquíes, hablar árabe y saber rezar (no en vano había hecho la llamada pequeña peregrinación a La Meca) le abrieron muchas puertas. Aunque no todas, por ser mujer.
La elección de este municipio pegado a Bruselas no fue casual. Entonces ya había aparecido relacionado con el terrorismo internacional en el 2001 (Afganistán), el 2003 (Casablanca) y el 2004 (cuatro de los autores de los atentados de Madrid).
En Molenbeek mantuvo entrevistas formales con personajes como el jeque sirio Ayashi Basam quien, entre otros detalles de su his- torial, casó al tunecino que mató al comandante afgano Masud, por orden de Bin Laden dos días antes del 11-S. Basam era el inspirador del Centro Islámico de Bélgica. En el 2001 organizaba campamentos scouts en los que se hacía propaganda de Al Qaeda. Candidatos al suicidio juguetean en las Ardenas, tituló un medio belga.
“Primero hacemos la yihad con las palabras. Si las palabras no son suficientes, todos los medios son legítimos para luchar contra el opresor”. No puede estar más de acuerdo con él un colega de Schaarbeek, que lo dice abiertamente en el sermón del viernes. “Bélgica es un país pacífico que opta por la neutralidad en la política exterior. No, no hay ninguna razón para emprender la yihad aquí”, afirma Basam.
En eso se equivocó. O mintió.
Los candidatos a enrolarse en la yihad no eran los chicos que iban a sus campamentos porque tenían una vida estructurada. Los candidatos eran los parados que pasaban la vida en la calle. “Son bombas errantes –decía– que pueden explotar en cualquier momento. Nin-
En oratorios anónimos bullían las llamadas a la yihad mientras en la calle intentaban reclutar yihadistas
gún servicio de seguridad puede detectarlos ni retenerlos”.
En eso acertó. O les ayudó a pasar inadvertidos.
Hind Fraihi se encontró con esos jóvenes en la calle, en la boca del metro de Ribaucourt, donde algunos hacían su agosto robando carteras en hora punta y oyó de su boca cómo los reclutadores los buscaban allá donde estaban. Echaban pestes de la sociedad en la que vivían, pero el paraíso que les ofrecían no parecía tentarlos. Justificaban, como ciertos imanes, que el fruto del robo a los infieles sirva para financiar la yihad. Una forma no sólo de blanquear sino de purificar el dinero.
Los oratorios de Molenbeek están ahora tan vigilados que puede haber más policías que fieles. Los lugares de destino ya no son Afganistán o Chechenia sino Siria y Libia. La forma de reclutar yihadistas ya no se hace en la calle sino por internet y las redes sociales. Pero los terroristas siguen actuando. Como denunció Fraihi hace diez años.