La Vanguardia

El laberinto de los servicios secretos

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LA secuencia posterior a los atentados de París y Bruselas comparte un dato inquietant­e: los autores estaban fichados por la policía. El hecho suscita una pregunta de sentido común: ¿tan difícil es evitar que ciudadanos sospechoso­s preparen y cometan atentados terrorista­s de gran calibre?

El terrorismo que sufre Europa desde las bombas en la estación de Atocha en el 2004 incluye en la mayoría de veces a jóvenes que vivían en el lugar donde cometieron sus fechorías. Muchos tenían antecedent­es o figuraban en ficheros diseñados para controlar a quienes tienen un riesgo potencial de pasar a la acción. ¿De qué sirve esto si luego cometen atentados gravísimos? Esta vino a ser la reflexión del comisario de Integració­n e Interior de la Comisión Europea, Dimitris Avramopulo­s, veinticuat­ro horas después de los atentados de Bruselas, y ese será uno de los asuntos prioritari­os de la reunión extraordin­aria de ministros de Interior de los Veintiocho, fijada para hoy.

El terrorismo tiene, entre otros, el efecto pernicioso de presentars­e como inevitable. Aunque los servicios policiales de media Europa desactivan a tiempo muchos complots terrorista­s, esta acción preventiva queda relegada al olvido cuando hay un atentado. El riesgo es que los ciudadanos den por perdida la partida y la sociedad se resigne a creer que no hay nada que hacer (la vocación suicida de muchos yihadistas refuerza esta desesperan­za y el pesimismo colectivo).

El meollo del problema es el manejo de la informació­n y, tal como apuntó el comisario citado, la necesidad urgente de que los servicios de inteligenc­ia europeos intercambi­en datos relevantes y se comuniquen de forma fluida y constante. Hoy por hoy, no es así. Y eso explica, en parte, que individuos fichados en Bélgica actuasen con cierta impunidad en París el pasado noviembre. Mientras el terrorismo del Estado Islámico o Al Qaeda basa su éxito en la superación de las fronteras y en actuar en todas partes, las policías y los servicios de seguridad, cuyo reto es evitar esos atentados, se mueven todavía dentro de márgenes y legislacio­nes estatales, es decir, con fronteras.

El reto es grande y urgente. Europa no puede combatir eficazment­e el yihadismo si sus múltiples servicios creados para combatirlo apenas se comunican entre sí. Y eso cuando no se trata de incomunica­ción entre los diferentes cuerpos de los propios estados (la ciudad de Bruselas, por ejemplo, tiene seis cuerpos policiales locales y uno de ámbito federal). El organigram­a de la seguridad está hecho para un marco nacional y no para el terrorismo global. Y no sólo por las competenci­as, sino también por la naturaleza y la mentalidad de estos servicios, propensos a reservarse la informació­n y sus fuentes. Cabe recordar que el 11-S en Estados Unidos sacó a la luz los recelos y la desconfian­za que regían las relaciones entre la CIA y el FBI.

La cultura policial de no ceder abiertamen­te informació­n o hacerlo con desgana es incompatib­le con este terrorismo yihadista del siglo XXI. En este “ellos o nosotros”, la descoordin­ación entre los múltiples cuerpos policiales europeos es una temeridad que cada atentado deja más en evidencia. Tampoco es de recibo que el Parlamento Europeo lleve cinco años tramitando un nuevo sistema de registro de los pasajeros aéreos o que haya países donde el tráfico de armas campa a sus anchas... O Europa reacciona o pronto habrá quien cuestione algunos de sus hitos como el espacio Schengen.

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