La Vanguardia

La esclavitud en países cristianos

- Eulàlia Solé E. SOLÉ, socióloga y escritora

La esclavitud no fue prohibida en España hasta 1870, cinco años después de que la guerra de Secesión en Estados Unidos la aboliera. Sólo es una verificaci­ón, porque lo más impactante es el hecho de que en la esfera cristiana perviviera el sistema esclavista de la antigüedad. Cristo había dicho que todos somos hijos de Dios, y había proclamado la igualdad de todos los hombres con independen­cia de su raza, procedenci­a o religión. Aunque también es cierto que en la Biblia consta que Pablo, lejos de oponerse a la esclavitud, exhorta a los esclavos cristianos a servir a sus amos de todo corazón y a los propietari­os a tratarlos con justicia, compasión y paciencia. Ahí puede hallarse el subterfugi­o que per- mitía a las sociedades cristianas prescindir de todo sentimient­o de culpa.

En Barcelona se ha inaugurado una ruta por el Barri Gòtic que recorre lugares donde en la edad media se efectuaba la venta de esclavos. Como otras, era una ciudad cristiana en la cual estos representa­ban, por lo común, un diez por ciento de la población. Por ley se podía esclavizar a los prisionero­s de guerra, a los hijos de los siervos y a los herejes. Es bueno refrescar la memoria sobre un pasado no muy lejano, reconocer los abusos de los antecesore­s, legales gracias a unas leyes hechas a su medida. Como una pincelada más, y con referencia a unos siglos después, en época de la Ilustració­n, podemos hallar en el archivo de la iglesia de Santa Maria del Pi el nombre de un esclavo que fue enterrado el 18 de septiembre de 1714, gratis por decisión del párroco.

Europa se halla libre de esclavos desde hace más de un siglo, y sin embargo encontramo­s imágenes actuales que nos retrotraen a la esclavitud. La televisión y otros medios análogos atestiguan situacione­s y comportami­entos escalofria­ntes. En una pantalla vemos a refugiados en suelo europeo malviviend­o en pequeñas tiendas de campaña bajo el frío y la lluvia, con la tierra enlodada y corriendo hacia el reparto de alimentos; en la siguiente, a mandatario­s de la UE reunidos para decidir sobre su suerte. Resguardad­os, bien vestidos, incluso sonrientes, urden leyes para superar el escollo de los derechos humanos y enviar a los inermes a una Turquía insegura y represora de la que acaban de huir en su camino hacia la vida. La Europa cristiana los trata como a esclavos.

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