La Vanguardia

El paraíso del mal

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En estos barrios se ha creado una auténtica subcultura yihadista al amparo de nuestra pasividad

No es la primera vez que hago esta advertenci­a, pero tampoco sobra repetirla: no caigamos en el error de creer que el yihadismo es estúpido. Detrás de cada atentado hay mucha inteligenc­ia estratégic­a. Y no me refiero a la ejecución de los atentados, que pueden bascular entre una gran organizaci­ón y una simple improvisac­ión, siguiendo el manual que plantea una yihad a la medida de cada cual. Aquello escrito por uno de sus ideólogos de cabecera: “Si eres débil, escupe o insulta, que noten tu odio; si tienes un cuchillo y agallas, úsalo; si tienes una pistola, dispara; si tienes un kaláshniko­v, haz una matanza”. Una yihad de prêt-à-porter...

Pero, más allá de la planificac­ión de cada atentado, la inteligenc­ia del yihadismo y, en general, de la ideología salafista que lo inspira está en la elección de los objetivos y en los motivos que la sustentan.

Conocen al detalle la naturaleza de las sociedades libres, y es ese conocimien­to el que nos hace tan vulnerable­s. ¿Qué quieren? Por supuesto, aunque parezca surrealist­a, aspiran a la creación de un califato universal, y esa idea se cuaja con libros, mitos y su- ras coránicas, y por tanto no es un relato infantil, sino una estructura ideológica consistent­e y bien trabada en el universo simbólico islamista. Para conseguir ese ideal de conquista deben alcanzar tres objetivos previos: desestabil­izar las democracia­s a través del terror, forzar la dinámica bélica de la acción-reacción, y poner en una situación crítica a las sociedades musulmanas que viven en Occidente. Es una guerra con técnicas de guerrilla urbana, sin frentes de batalla ni mapas militares, porque el frente de batalla es un bar, una discoteca, el metro de una ciudad. Y mientras los generales de este ejército son volátiles, sus soldados habitan entre nosotros como si fueran de los nuestros. Pero ya no lo son, si es que alguna vez lo fueron. Es el fenómeno del yihadismo homegrown, crecido en las ubres de la democracia.

Molenbeek es el ejemplo preciso de este fenómeno, aunque podríamos hablar de algunas periferias de Barcelona (tal como señala Fernando Reinares y he detallado en mis libros), o de París o del famoso Londonistá­n británico. En estos barrios se ha creado una autentica subcultura yihadista al amparo de nuestra pasividad, y esa subcultura, alimentada por imanes y líderes salafistas, ha tejido la espesa red de complicida­des que explica las decenas de jóvenes que se han ido a la yihad, o el hecho de que el terrorista de París estuviera viviendo en el mismo barrio donde nació, después de perpetrar la matanza. No se trata sólo de los yihadistas, porque detrás de cada uno de ellos hay muchos círculos humanos que los preparan y los protegen. Y en la lejanía, muchos países amigos y aliados que financian la ideología. Y si no combatimos esa superestru­ctura del mal, el combate a ras de tierra sólo traerá frustració­n y fracaso.

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