No al miedo y a los nervios
Un nuevo impacto de terror ha sacudido una gran capital europea. Podría dar la impresión de que el terrorismo globalizado, con varias franquicias que arrancan del fanatismo de corte islámico de Oriente Medio, ha tomado la iniciativa en una guerra que juega con el miedo y los nervios de las sociedades occidentales.
Los que matan son los terroristas y son ellos los culpables de la muerte de tantos inocentes en Madrid, Londres, París y ahora Bruselas. Son ellos también los que han perpetrado atentados en países de mayoría musulmana. Es interesante recalcar el dato que desde el año 2000 al 2014 el 87 por ciento de víctimas de los ataques terroristas se han producido en países de mayoría musulmana.
El problema global es cómo plantar cara a un movimiento de terror que se extiende como una telaraña en todo el mundo. Las comunicaciones de las redes sociales facilitan su coordinación. Para matar a tanta gente en el siglo XX, escribe el politólogo Joseph Nye, Hitler y Stalin necesitaron el aparato de estados totalitarios, pero ahora es fácil concebir a grupos de individuos extremistas matando a millares de
Europa ha de borrar las fronteras de las seguridades nacionales y compartir la información
personas sin ayuda de un gobierno.
El Estado moderno y democrático no va a arrojar la toalla. Será difícil encontrar a los enemigos de la libertad que se confunden en nuestras sociedades y que son belgas, franceses, británicos o españoles. Están interrelacionados a través de los medios que están al alcance de cualquier grupo de individuos que se comunican globalmente utilizando las redes.
Europa debe borrar las fronteras de las seguridades nacionales y compartir todas las informaciones con las policías de todos los estados. Los autores de los atentados de París en noviembre y los de Bruselas esta semana actuaban desde Bélgica. Eran de nacionalidad francesa o belga. Eran europeos que atacan la misma idea de la civilización europea.
El gran peligro del terrorismo es la vida de las personas. Pero también es el miedo irracional que sus actividades provocan. Es del todo inaceptable porque es una forma violenta de hacer política. Lo peor que podría ocurrir es que el relato del terror, con sus justificaciones y sus ideologías, hiciera mella en las sociedades democráticas que se rigen por el debate, la participación de todos, la confianza mutua y el control de los gobiernos desde los parlamentos libremente elegidos.
Por muy frágil que pueda parecer una democracia, es mucho más fuerte que la violencia y el terror que practican los que pretenden destruirla. La situación es nueva y exigirá adoptar medidas inteligentes y posiblemente drásticas. La facultad apocalíptica de pitar el final del partido no la van a tener los violentos ni los terroristas. Hay que prepararse porque no estamos ante unas cuantas células destructivas, sino ante un entramado quizás poco numeroso pero muy eficaz y global.