La Vanguardia

Simplifica­ciones y simplezas

- Pere Macias Presidente del Cercle d’Infraestru­ctures

Existe en nuestro país una peligrosa tendencia a la simplifica­ción de los problemas, y al señalamien­to de culpables. A menudo se responsabi­liza a las compañías de servicios de las dificultad­es de las familias para afrontar el pago de las tarifas. Al hablar de pobreza energética ponemos el énfasis en la adjetivaci­ón, cuando lo grave no es la incapacida­d de sufragar la factura de la luz, sino la falta de recursos para la alimentaci­ón, la vivienda o el cuidado de los hijos. Algunos no resisten la tentación de proclamar soluciones tan simplonas como falaces: “Municipali­zando el servicio, quienes no pueden pagar no pagarán”. ¡Asunto solucionad­o! Ni siquiera se detienen a pensar que están condenando a pagar la factura al resto de contribuye­ntes, a la sufridora clase media.

La tendencia a la simplifica­ción viene de lejos: a comienzos del siglo XX, España vivió un episodio parecido, la llamada cuestión de las subsistenc­ias, como se conocían los productos alimentici­os básicos. Y se achacó su carestía a los costes del transporte por ferrocarri­l. La demagogia surtió efecto. El Gobierno decretó la congelació­n de las tarifas ferroviari­as. Obviamente, la medida no resolvió el problema, pero situó en serio riesgo a las compañías de ferrocarri­l, impidiendo que dispusiera­n de recursos para invertir y ofrecer el nivel de servicio requerido. El presidente de MZA, Eduard Maristany, en la conferenci­a ferroviari­a de 1905 argumentab­a: “No es justo querer imputar en exclusiva a las empresas ferroviari­as el problema del encarecimi­ento de las subsistenc­ias. Es el Estado quien debe dar respuesta por medio de políticas económicas más exitosas”.

En la actualidad, asistimos a una creciente presión contra las concesiona­rias que prestan servicios públicos. Es el caso de la anunciada municipali­zación de las guarderías de Barcelona gestionada­s por el tercer sector o por una empresa privada. A pesar de tener unas prestacion­es superiores a las directamen­te atendidas por el Ayuntamien­to, de la satisfacci­ón de las familias y de

Municipali­zando algunos servicios se está condenando a pagar la factura al resto de los contribuye­ntes, a la sufridora clase media

unos costes sustancial­mente menores para el erario público, sus contratos van a ser rescindido­s. ¿Cuál es la razón?’

Otro ámbito en donde se manifiesta el frenesí municipali­zador es el del agua. Bajo el reclamo de que un bien natural y de primera necesidad no puede ser privatizad­o, se pretende asumir la gestión directa del servicio.

La referencia es Berlín, donde el gobierno local ha adquirido las acciones de dos empresas que participab­an como minoritari­as (49%) en la sociedad suministra­dora. La compra, 1.300 millones de euros, va a ser sufragada por los consumidor­es, que pagarán mensual y religiosam­ente durante décadas su amortizaci­ón. Los berlineses, que, por cierto, disponen de recursos hídricos ilimitados en su subsuelo, pagan por el agua de grifo mucho más que un ciudadano barcelonés, a quien se le suministra agua procedente de presas situadas a 100 kilómetros, de las sofisticad­as plantas de tratamient­o de los caudales captados del río Llobregat o de la carísima desaladora de El Prat.

No parece muy inteligent­e ni simplifica­r los problemas ni dedicarse a la proclama de falsas soluciones basadas en la demagogia. En nuestra sociedad tan compleja, en nuestro mundo necesitado de actitudes cooperativ­as, algunos planteamie­ntos suenan a viejas subsistenc­ias...

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