El tiempo y la edad de la cirugía
Bótox y bisturí, los aliados cinematográficos
Una de las profesiones más perjudicada por el paso de los años es la de interpretar, y si es para la mujer, peor. Se quejan las actrices en Hollywood de que pasados los 40 es muy difícil encontrar papeles, es decir, que te den trabajo. Y que excepto para Meryl Streep (67) y Glenn Close (69) no hay nada para el resto. Si las películas contasen historias de la vida misma no habría problema, pero hoy se ruedan más historias fantásticas, de superhéroes del espacio o, en cualquier caso, de superagentes y prototipos de modelos para los que se requieren físicos esculturales pero jóvenes, básicamente jóvenes.
Para seguir siendo Ethan Hunt, el que resuelve toda Misión Impo- sible que se precie, Tom Cruise (53) se está retocando la cara cual Renée Zellweger (46). Empiezan a tener ambos un punto irreconocible, sobre todo ella, cuyo parecido con la treintañera Bridget Jones que le dio fama es pura coincidencia.
A cada cosa su tiempo, pero tanto Cruise como Zellweger no quieren soltar el filón que les da dinero, popularidad y la posibilidad de nuevos papeles. Y así van tirando de quirófano o bótox, esa toxina botulínica cosmética con la que pretenden engañar a la vida misma, más allá del personaje.
Para bien o para mal, todos envejecemos, sólo hay que saber llevarlo con dignidad. A veces excesiva, caso de Jane Fonda (78), que se ha hecho adicta a las transparencias y siluetas agresivas de Versace, o Joan Collins (82), siempre en estado de rivalidad con cualquier star o starlette que quie- ra robarle plano en una alfombra roja. En ese mismo camino están Raquel Welch (75) y Demi Moore (53), esta mucho mejor que sus hijas. En ambas se adivinan trabajos reparadores hábilmente ejecutados –precaución: obras–.
Como hemos visto en el caso Cruise no es un tema sólo de mujeres. Incluso diríamos que en hombres el asunto es más lamentable. No vamos a insistir en el apergaminado Mickey Rourke (63) ni los plastificados Sylvester Stallone (69) o Arnold Schwarzenegger (68). Contrarrestamos con Harrison Ford, que a sus 73 volverá a ser Indiana Jones con la misma dignidad que Sean Connery (85) interpretó en La última cruzada al padre del héroe del látigo a los 59, cuando Ford estaba ya en los 47: papá a los doce años, pero el cine tiene licencia para mentir y los agentes doble cero, para matar.
Todo es ficción. Y si no, lean. En
Con la muerte en los talones Jessie Royce Landis tenía 63 años e interpretaba a la madre de Cary Grant, de 55. Y más recientemente Angelina Jolie, a los 29 años, hizo de madre de Colin Farell, a la sazón con 28, en Alejandro Magno.
La cirugía es una solución relativa a los problemas de los actores. Clint Eatswood (85) sigue manteniendo el atractivo, ahora detrás de las cámaras. Aunque sea sin pelo, como lo están Bruce Willis (61), Michael Caine (83), incluso Malcom McDowell (72) o Dustin Hoffman (78), ahora con mesiánica barba.
Los años no son crueles, es peor cuando no se cumplen. Por eso celebrarlo con alegría debería excluir errores como el de Meg Ryan (54), que pasó de disponer de un rostro angelical a lucir un mapa de carreteras secundarias de imposible cartografía. Otra que usó y abusó de cirugías y productos es Sarah Jessica Parker, aunque esta no fue guapa ni en su adolescencia, cuando lo fuimos todos (al menos la mayoría). Mérito, pues, haberse convertido en un icono de moda, básicamente en los pies, allí donde el canario Manolo Blahnik (76), sin afeites, impone su ley.
A John Travolta (62) fue Tarantino quien le devolvió la juvenil identidad de macarrilla que le hizo triunfar. Hizo Fiebre del sábado
noche porque tenía lo que se conoce como le physique du rol, no fue necesario sino que fuera él mismo. Pasados los años, repitió cliché, exagerado, en Pulp fiction: actor y personaje habían envejecido al mismo tiempo. Una pena que otra belleza masculina juegue con los afeites. Pero Robert Redford, gran cineasta, no precisaba dejarse influir por el Redford hombre y debió permitir que las nieves del tiempo plateasen su sien. Como en Volver, tango.