Los genios nunca se equivocan
JOHAN Cruyff no se equivocaba nunca. James Joyce mantenía que los errores eran el umbral del descubrimiento de los genios: lo que para los demás parecía una equivocación en realidad se trataba de su última genialidad. No era fácil ser Cruyff, ni siquiera entenderlo. Bill Shankly, mítico entrenador del Liverpool, decía que “si estás cerca del área y no sabes qué hacer con la pelota, métela dentro de la portería y luego ya discutiremos las alternativas”. Para Johan, el fútbol era más complejo y más bello. Un partido de fútbol es como una sinfonía, y la orquesta debe conocer cada uno de sus movimientos, estructuras y tiempos. Shankly era un canto a la efectividad, Cruyff entendía el fútbol como una oda a la belleza. El gol no era un fin en sí mismo, sino la consecuencia de un despliegue estético.
Cruyff entendía las tácticas no como un corsé que limitase al futbolista, sino como un marco en el que desenvolver su creatividad. A veces sentía cierta melancolía porque su manera de entender el fútbol no se hubiera acabado imponiendo, pero su concepción sigue viva en clubs como el Barça, más allá de las evoluciones lógicas que ha tenido con Guardiola y Luis Enrique. La táctica sería como el paspartú de un cuadro, que no puede sustituir a la obra de arte, porque sin ella no es nada. Por eso quería futbolistas inteligentes, ya que a ellos les tocaba arriesgar, decidir, ilusionar. El fútbol entendido como una de las bellas artes.
Como buen genio, era un prestidigitador capaz de convertir una situación límite en oportunidad. Me correspondió moderar un debate con Cruyff tras una derrota por 6-3 en La Romareda en la temporada 1993-94. El entrenador respondió que era lo mejor que les había podido ocurrir: eso motivaría a sus jugadores más que ningún discurso o ninguna prima. Tres meses después ganaban su cuarta Liga consecutiva. Cruyff escribió con la pluma de Sergi Pàmies una lúcida reflexión sobre este deporte que tituló Me gusta el fútbol. Era un amante del fútbol. Un amante fiel y apasionado, que ha dejado una impronta imperecedera.