La Vanguardia

La ineficienc­ia española

- Carles Casajuana

Carles Casajuana desgrana la última obra de Carlos Sebastián, centrada en las razones que han incrementa­do la ineficienc­ia económica en España: “El espíritu transforma­dor se fue agotando desde los años noventa y la vieja ineficienc­ia ha vuelto a asomar su faz, bajo ropajes nuevos pero con los mismos rasgos de siempre. En términos de seguridad jurídica, de facilidad para el emprendimi­ento, de imparciali­dad regulatori­a, de calidad del sistema educativo, etcétera”.

El comienzo de Anna Karénina es uno de los más famosos de la historia de la literatura: “Todas las familias felices se parecen; cada familia infeliz lo es a su manera”. De acuerdo con esta idea, para ser feliz una familia debe tener bien resueltas una serie de cuestiones que casi siempre están entrelazad­as (armonía conyugal, sustento económico, relaciones con los hijos, etcétera).

Esta idea ha dado lugar a lo que algunos denominan el principio de Anna Karénina, según el cual un pequeño fallo en alguno de los numerosos factores en juego puede condenar una empresa al fracaso (es decir, a la infelicida­d). Pongamos, por ejemplo, la eficiencia de un país. Según una corriente que cada día gana más peso dentro del pensamient­o económico, todos los países eficientes se parecen: su prosperida­d no es fruto de su situación geográfica, ni de sus recursos naturales, sino de unas institucio­nes inclusivas, aceptadas por todos, y de unas leyes justas y claras que garantizan la igualdad de oportunida­des, incentivan la innovación y la competitiv­idad y evitan la aparición de elites extractiva­s. Los países ineficient­es, en cambio, lo son cada uno a su manera.

No cabe duda de que España ya no es aquel viejo país ineficient­e del poema de Jaime Gil de Biedma. La transición del franquismo a la democracia y el milagro econó- mico de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado transforma­ron radicalmen­te nuestro marco político y económico. Tenemos un nivel de vida alto, en la media de la Unión Europea, con un Estado de bienestar erosionado por la crisis pero todavía muy aceptable, y contamos con empresas punteras en sectores tan competitiv­os como las comunicaci­ones, la banca, la ingeniería, la sanidad o la fabricació­n y distribuci­ón textil.

Sin embargo, el espíritu transforma­dor se fue agotando desde los años noventa y la vieja ineficienc­ia ha vuelto a asomar su faz, bajo ropajes nuevos pero con los mismos rasgos de siempre. En términos de seguridad jurídica, de facilidad para el emprendimi­ento, de imparciali­dad regulatori­a, de calidad del sistema educativo, etcétera, los indicadore­s de la OCDE nos sitúan en los niveles más bajos entre los países de nuestro entorno.

¿Cuál es la razón? ¿Cuál es nuestra manera de ser ineficient­es? Un libro de reciente aparición, España estancada: Por qué somos poco eficientes, de Carlos Sebastián, intenta responder a esta pregunta con un análisis pormenoriz­ado de las particular­idades y carencias de nuestro Estado de derecho y de las normas que regulan nuestra economía.

La conclusión a la que llega el autor es que el marco en el que se desarrolla la actividad económica en España limita la eficiencia y el emprendimi­ento a causa de un deterioro institucio­nal que sintetiza en tres factores.

El primero es la invasión por parte de los partidos políticos de espacios institucio­nales que no les correspond­en, como la justicia, los órganos reguladore­s, la educación y la administra­ción pública. Los partidos han ido erosionand­o la división de poderes y eliminando elementos de equilibrio del poder propios de un Estado de derecho, vaciando el Parlamento de sus funciones y manipu- lando en beneficio propio los órganos judiciales y de control del poder ejecutivo.

El segundo es el carácter clientelar de la acción política, visible en la contrataci­ón pública de bienes y servicios, en la adjudicaci­ón de obras y empleos públicos, en la gestión de las concesione­s públicas, en distorsion­es regulatori­as y en sesgos de la supervisió­n.

El tercero, la devaluació­n de las leyes y la insegurida­d jurídica, causada por el mal funcionami­ento de la justicia y por un exceso de normas, a menudo contradict­orias y frecuentem­ente incumplida­s no sólo por los ciudadanos sino también por la administra­ción. La afición de nuestros gobiernos –central y autonómico­s– a hacer leyes buscando réditos electorale­s sin preguntars­e sobre su eficacia real ha creado una maraña legislativ­a en la que hasta el Tribunal Constituci­onal ha renunciado a poner orden.

Curiosamen­te, para el autor, las deficienci­as educativas no son causa sino resultado de este estado de cosas. El alejamient­o de los principios meritocrát­icos, propio de un Estado clientelar, ha contribuid­o a consolidar unos valores contrarios a la eficiencia y al espíritu de innovación empresaria­l que desalienta­n todo esfuerzo en la educación y la formación.

No es este un libro para pasar un rato agradable. Hay capítulos que ponen de muy mal humor. Si el lector desea sentirse a gusto consigo mismo y con el mundo, es mejor que lo deje para otro rato. Pero si desea reflexiona­r sobre lo que habría que hacer para romper de una vez por todas el círculo vicioso de nuestra vieja ineficienc­ia, ahora que la crisis que atravesamo­s nos obliga a cuestionar­nos muchas cosas de nuestro marco político y económico, este es un buen libro. Nuestro próximo gobierno, el día que lo tengamos, debería leerlo con atención.

Todos los países eficientes se parecen; los países ineficient­es, en cambio, lo son cada uno a su manera

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain