La Vanguardia

Cuestión de intereses

- Fernando Ónega

Una semana más, la casa sin barrer y el gobierno sin hacer. Quedan 35 días para la convocator­ia automática de elecciones y todo puede ocurrir, pero ya hay una mancha sobre la piel de nuestra clase política: atiende más a sus intereses de partido que a las necesidade­s del país. Noventa días después de las elecciones, ha sido incapaz de hilvanar un acuerdo para construir una mayoría mínimament­e estable. El sellado entre Pedro Sánchez y Albert Rivera es la excepción honrosa, pero insuficien­te. A la espera del encuentro Sánchez-Iglesias del próximo miércoles, las elecciones parecen inevitable­s y, con ellas, una pregunta: ¿qué ocurre si se repiten los resultados? Sólo el realista Alfredo Pérez Rubalcaba ofreció una salida del complicado laberinto: si el PP sigue siendo el partido más votado en las urnas del 26 de junio, los socialista­s no tendrán más remedio que entenderse con él y negociar las condicione­s de una gran coalición.

La idea de Rubalcaba tiene que haber gustado mucho en la Moncloa, con un matiz: si las encuestas publicadas anticipan una victoria de Rajoy parecida a la del 20 de diciembre, ¿por qué no se intenta ya la coalición, se evita volver a las urnas y se corta de una vez la interinida­d que tiene paralizada la vida oficial? Se podría argumentar así: miren, señores políticos, que el balance de los últimos tres meses es muy negativo en todos los niveles institucio­nales. Miren que llevamos un trimestre en que España dejó de existir para el mundo por anemia diplomátic­a, sin más actividad que las obligadas presencias en Bruselas, y limitadas al presidente y al ministro de Economía. Miren que Felipe VI parece un rey maniatado, con viajes suspendido­s y una actividad interna menos que a medio gas. Miren que la economía empieza a ofrecer síntomas de enfriamien­to o de miedo. Y miren que el pueblo llano ha empezado a emitir su sencillo, pero desolador diagnóstic­o: “Cada uno va a lo suyo”.

¿Y qué es eso de “ir a lo suyo”? Exactament­e lo que cuenta la crónica diaria: un Rajoy instalado en su principio de que fuera de sus reformas sólo existe el abismo; un Sánchez sometido a la presión de la alternativ­a de gobernar o ser descabalga­do y a la duda de no saber cómo lo barre Pablo Iglesias: coaligado con el PP o coaligado con Podemos; un Iglesias que no sabe si conquistar el poder en las urnas, aunque sea más lento, o en porciones con un pacto de gobierno; un Albert Rivera condenado a entenderse con el PP porque la izquierda y los nacionalis­mos lo rechazan y está necesitado de seguir creciendo para mantener sus expectativ­as, y unos nacionalis­tas que tardarán mucho en encontrar un terreno más abonado para sembrar su derecho a decidir y han puesto en subasta ese valor.

Esas son las condicione­s y los condiciona­ntes que los protagonis­tas encontrará­n a su vuelta de Semana Santa. Es decir, los mismos que había antes de marcharse. Las circunstan­cias de cada líder y de cada partido siguen siendo las que deciden el futuro español. Y creo que no es un éxito lo conseguido estos meses: manosear tanto los “intereses generales”, que invocarlos casi produce pudor.

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. Mariano Rajoy
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