Cuestión de intereses
Una semana más, la casa sin barrer y el gobierno sin hacer. Quedan 35 días para la convocatoria automática de elecciones y todo puede ocurrir, pero ya hay una mancha sobre la piel de nuestra clase política: atiende más a sus intereses de partido que a las necesidades del país. Noventa días después de las elecciones, ha sido incapaz de hilvanar un acuerdo para construir una mayoría mínimamente estable. El sellado entre Pedro Sánchez y Albert Rivera es la excepción honrosa, pero insuficiente. A la espera del encuentro Sánchez-Iglesias del próximo miércoles, las elecciones parecen inevitables y, con ellas, una pregunta: ¿qué ocurre si se repiten los resultados? Sólo el realista Alfredo Pérez Rubalcaba ofreció una salida del complicado laberinto: si el PP sigue siendo el partido más votado en las urnas del 26 de junio, los socialistas no tendrán más remedio que entenderse con él y negociar las condiciones de una gran coalición.
La idea de Rubalcaba tiene que haber gustado mucho en la Moncloa, con un matiz: si las encuestas publicadas anticipan una victoria de Rajoy parecida a la del 20 de diciembre, ¿por qué no se intenta ya la coalición, se evita volver a las urnas y se corta de una vez la interinidad que tiene paralizada la vida oficial? Se podría argumentar así: miren, señores políticos, que el balance de los últimos tres meses es muy negativo en todos los niveles institucionales. Miren que llevamos un trimestre en que España dejó de existir para el mundo por anemia diplomática, sin más actividad que las obligadas presencias en Bruselas, y limitadas al presidente y al ministro de Economía. Miren que Felipe VI parece un rey maniatado, con viajes suspendidos y una actividad interna menos que a medio gas. Miren que la economía empieza a ofrecer síntomas de enfriamiento o de miedo. Y miren que el pueblo llano ha empezado a emitir su sencillo, pero desolador diagnóstico: “Cada uno va a lo suyo”.
¿Y qué es eso de “ir a lo suyo”? Exactamente lo que cuenta la crónica diaria: un Rajoy instalado en su principio de que fuera de sus reformas sólo existe el abismo; un Sánchez sometido a la presión de la alternativa de gobernar o ser descabalgado y a la duda de no saber cómo lo barre Pablo Iglesias: coaligado con el PP o coaligado con Podemos; un Iglesias que no sabe si conquistar el poder en las urnas, aunque sea más lento, o en porciones con un pacto de gobierno; un Albert Rivera condenado a entenderse con el PP porque la izquierda y los nacionalismos lo rechazan y está necesitado de seguir creciendo para mantener sus expectativas, y unos nacionalistas que tardarán mucho en encontrar un terreno más abonado para sembrar su derecho a decidir y han puesto en subasta ese valor.
Esas son las condiciones y los condicionantes que los protagonistas encontrarán a su vuelta de Semana Santa. Es decir, los mismos que había antes de marcharse. Las circunstancias de cada líder y de cada partido siguen siendo las que deciden el futuro español. Y creo que no es un éxito lo conseguido estos meses: manosear tanto los “intereses generales”, que invocarlos casi produce pudor.