El círculo infernal
La historia se repite, la cadencia se acelera, el terror se expande, mientras sigue el despliegue de impresionantes guardianes del orden que, una vez más, llegan tarde a protegernos y lo compensan exhibiendo su parafernalia bélica. Las instituciones condenan, los políticos llaman a defender “nuestros valores” y nos conminan a la firmeza frente a un enemigo fantasmagórico, mientras la gente llora de dolor, se estremece de miedo, enciende velas, pinta grafitis solidarios o canta sus canciones en homenaje a vidas que se interrumpieron sin saber por qué.
¿Lo sabemos nosotros? Se multiplican diagnósticos expertos, igualmente repetitivos, que desembocan en recomendaciones vacías por lo genéricas e inoperantes porque son más de lo mismo. De lo mismo que no ha podido evitar que tras Madrid hubiera Londres y luego París y luego Bruselas y tras Bruselas lo que venga, en una geografía del terror en que se mezclan el caos geopolítico que los países occidentales indujeron en Oriente Medio con la humillación de los musulmanes en la cristiana Europa y el fanatismo de jóvenes sin salida cuya busca de sentido les lleva a lo que juzgamos sin sentido. Sabemos que la descomposición institucional y social de Iraq y Siria como consecuencia de la insensata guerra de Iraq y del enfrentamiento de intereses geopolíticos en Siria creó un vacío de poder aprovechado por yihadistas de distintos bandos para unirse con cuadros del ejército de Sadam Husein para construir ese Estado Islámico cuyo proyecto de califato global ya no se toma a broma. Y sabemos que la frustración cotidiana de miles de jóvenes musulmanes europeos, la mayoría nacidos aquí (los hermanos El Bakraoui nacieron y crecieron en Bruselas), produce una mezcla explosiva al referirse a una causa y a una tierra prometida con campos de entrenamiento incluidos. Añadamos un espacio libre de debate y comunicación en las redes de internet y tenemos los elementos de un potente sistema de autoorganización y legitimación que se reproduce tanto en lo local como en lo global.
De ahí surgen los terroristas, bárbaros asesinos para nosotros y mártires gloriosos para muchos a los que no se puede intimidar con la muerte porque es lo que buscan. Y a lo largo de los años han perfeccionado tácticas de lo que Arquilla y Rondfeldt (Rand Corporation) caracterizaron hace tiempo como confrontación asimétrica. Paradójicamente cuanto mayor es la superioridad militar tecnológica de policías y ejércitos más surge una respuesta con una lógica distinta: golpear por sorpresa en cualquier punto de la vida cotidiana de quienes amamos la vida, sin importar quién muere, porque la finalidad divina trasciende la moral humana. Y conforme la acción policial se militariza, más triunfan los fanáticos pseudoislámicos (cuya acción es contraria a las enseñanzas del islam), porque más nos obligan a renunciar a nuestra libertad para refugiarnos en fortificaciones físicas y mentales en donde el miedo organiza nuestra práctica.
De ese círculo no podemos salir a menos de ser radicales, es decir, ir a la raíz de los problemas. Esas raíces que conocemos pero que no tratamos porque las vemos como inalterables. Fiamos todo al incremento de nuestra capacidad represiva. Y aunque las policías democráticas son generalmente profesionales y protectoras, han sido diseñadas y entrenadas para otras guerras. Con lo cual, aplicando fórmulas que no corresponden a esta nueva realidad, agravan el problema. Por ejemplo, al vigilar indiscriminadamente las mezquitas hacen sospechosa la práctica del islam, religión mayoritaria en el mundo y que es refugio de consuelo para minorías estigmatizadas en la educación, el trabajo, la vivienda. Cada vez que detienen o matan a un joven (frecuentemente necesario para la prevención), familiares y amigos toman su puesto. Detienen a Abdeslam, replica Laachraoui. Y son legión. En Oriente Medio los bombardeos occidentales y rusos han provocado el éxodo de refugiados que ahora atenaza a Europa. Pero además han exacerbado la rebelión de tribus suníes que siguen permitiendo al EI mantener su feudo. Y cuando sean expulsados de unos territorios tomarán otros en vacío de poder, como Libia, o se difundirán en las metrópolis de Oriente Medio o en los múltiples Molenbeek de Europa. ¿Entonces?
Ir a la raíz quiere decir actuar a largo plazo mientras se previene lo inmediato. Porque lo obvio, o sea, información mediante infiltración, no es fácil en el nucleo decisivo por el pequeño detalle de que quienes están ahí pueden ser enviados al suicidio en cualquier momento. Y el confinamiento preventivo en grandes números (que los xenófobos ya plantean) soliviantaría al conjunto de los musulmanes. El largo plazo consiste en un programa sistemático de integración social y profesional de los musulmanes europeos desde su infancia: discriminación positiva, para compensar la discriminación negativa de la sociedad. Respeto a costumbres e instituciones propias, como en EE.UU. o Inglaterra, en contraste con un laicismo dogmático. Y reclutamiento de musulmanes en la policía, con precaución pero sin reparos. Por otro lado, sobre el terreno del Medio Oriente, habrá que hacer la paz con Asad/ Putin a cambio de garantizar los derechos de los sirios, presionar a los saudíes y a los emiratos para que dejen de apoyar bajo mano al yihadismo, estrangular financieramente al terrorismo mediante la inspección de los bancos intermediarios y estimular a las poblaciones locales suníes de Iraq y Siria para que dejen de apoyar al EI a cambio de ganar autonomía.
En fin, este terrorismo se basa en redes financieras, de comunicación de ideas y migratorias. Intervenir en esas redes quiere decir presencia en internet, inspección financiera y control selectivo y variable de fronteras. Pero todo eso no permitirá salir del círculo infernal sin una visión de largo plazo. Porque el terrorismo islamista no es un suceso en nuestras vidas, sino un agujero negro en donde nos estamos precipitando.
El terrorismo islamista no es un suceso en nuestras vidas, sino un agujero negro donde nos estamos precipitando