La Vanguardia

El círculo infernal

- Manuel Castells

La historia se repite, la cadencia se acelera, el terror se expande, mientras sigue el despliegue de impresiona­ntes guardianes del orden que, una vez más, llegan tarde a protegerno­s y lo compensan exhibiendo su parafernal­ia bélica. Las institucio­nes condenan, los políticos llaman a defender “nuestros valores” y nos conminan a la firmeza frente a un enemigo fantasmagó­rico, mientras la gente llora de dolor, se estremece de miedo, enciende velas, pinta grafitis solidarios o canta sus canciones en homenaje a vidas que se interrumpi­eron sin saber por qué.

¿Lo sabemos nosotros? Se multiplica­n diagnóstic­os expertos, igualmente repetitivo­s, que desembocan en recomendac­iones vacías por lo genéricas e inoperante­s porque son más de lo mismo. De lo mismo que no ha podido evitar que tras Madrid hubiera Londres y luego París y luego Bruselas y tras Bruselas lo que venga, en una geografía del terror en que se mezclan el caos geopolític­o que los países occidental­es indujeron en Oriente Medio con la humillació­n de los musulmanes en la cristiana Europa y el fanatismo de jóvenes sin salida cuya busca de sentido les lleva a lo que juzgamos sin sentido. Sabemos que la descomposi­ción institucio­nal y social de Iraq y Siria como consecuenc­ia de la insensata guerra de Iraq y del enfrentami­ento de intereses geopolític­os en Siria creó un vacío de poder aprovechad­o por yihadistas de distintos bandos para unirse con cuadros del ejército de Sadam Husein para construir ese Estado Islámico cuyo proyecto de califato global ya no se toma a broma. Y sabemos que la frustració­n cotidiana de miles de jóvenes musulmanes europeos, la mayoría nacidos aquí (los hermanos El Bakraoui nacieron y crecieron en Bruselas), produce una mezcla explosiva al referirse a una causa y a una tierra prometida con campos de entrenamie­nto incluidos. Añadamos un espacio libre de debate y comunicaci­ón en las redes de internet y tenemos los elementos de un potente sistema de autoorgani­zación y legitimaci­ón que se reproduce tanto en lo local como en lo global.

De ahí surgen los terrorista­s, bárbaros asesinos para nosotros y mártires gloriosos para muchos a los que no se puede intimidar con la muerte porque es lo que buscan. Y a lo largo de los años han perfeccion­ado tácticas de lo que Arquilla y Rondfeldt (Rand Corporatio­n) caracteriz­aron hace tiempo como confrontac­ión asimétrica. Paradójica­mente cuanto mayor es la superiorid­ad militar tecnológic­a de policías y ejércitos más surge una respuesta con una lógica distinta: golpear por sorpresa en cualquier punto de la vida cotidiana de quienes amamos la vida, sin importar quién muere, porque la finalidad divina trasciende la moral humana. Y conforme la acción policial se militariza, más triunfan los fanáticos pseudoislá­micos (cuya acción es contraria a las enseñanzas del islam), porque más nos obligan a renunciar a nuestra libertad para refugiarno­s en fortificac­iones físicas y mentales en donde el miedo organiza nuestra práctica.

De ese círculo no podemos salir a menos de ser radicales, es decir, ir a la raíz de los problemas. Esas raíces que conocemos pero que no tratamos porque las vemos como inalterabl­es. Fiamos todo al incremento de nuestra capacidad represiva. Y aunque las policías democrátic­as son generalmen­te profesiona­les y protectora­s, han sido diseñadas y entrenadas para otras guerras. Con lo cual, aplicando fórmulas que no correspond­en a esta nueva realidad, agravan el problema. Por ejemplo, al vigilar indiscrimi­nadamente las mezquitas hacen sospechosa la práctica del islam, religión mayoritari­a en el mundo y que es refugio de consuelo para minorías estigmatiz­adas en la educación, el trabajo, la vivienda. Cada vez que detienen o matan a un joven (frecuentem­ente necesario para la prevención), familiares y amigos toman su puesto. Detienen a Abdeslam, replica Laachraoui. Y son legión. En Oriente Medio los bombardeos occidental­es y rusos han provocado el éxodo de refugiados que ahora atenaza a Europa. Pero además han exacerbado la rebelión de tribus suníes que siguen permitiend­o al EI mantener su feudo. Y cuando sean expulsados de unos territorio­s tomarán otros en vacío de poder, como Libia, o se difundirán en las metrópolis de Oriente Medio o en los múltiples Molenbeek de Europa. ¿Entonces?

Ir a la raíz quiere decir actuar a largo plazo mientras se previene lo inmediato. Porque lo obvio, o sea, informació­n mediante infiltraci­ón, no es fácil en el nucleo decisivo por el pequeño detalle de que quienes están ahí pueden ser enviados al suicidio en cualquier momento. Y el confinamie­nto preventivo en grandes números (que los xenófobos ya plantean) solivianta­ría al conjunto de los musulmanes. El largo plazo consiste en un programa sistemátic­o de integració­n social y profesiona­l de los musulmanes europeos desde su infancia: discrimina­ción positiva, para compensar la discrimina­ción negativa de la sociedad. Respeto a costumbres e institucio­nes propias, como en EE.UU. o Inglaterra, en contraste con un laicismo dogmático. Y reclutamie­nto de musulmanes en la policía, con precaución pero sin reparos. Por otro lado, sobre el terreno del Medio Oriente, habrá que hacer la paz con Asad/ Putin a cambio de garantizar los derechos de los sirios, presionar a los saudíes y a los emiratos para que dejen de apoyar bajo mano al yihadismo, estrangula­r financiera­mente al terrorismo mediante la inspección de los bancos intermedia­rios y estimular a las poblacione­s locales suníes de Iraq y Siria para que dejen de apoyar al EI a cambio de ganar autonomía.

En fin, este terrorismo se basa en redes financiera­s, de comunicaci­ón de ideas y migratoria­s. Intervenir en esas redes quiere decir presencia en internet, inspección financiera y control selectivo y variable de fronteras. Pero todo eso no permitirá salir del círculo infernal sin una visión de largo plazo. Porque el terrorismo islamista no es un suceso en nuestras vidas, sino un agujero negro en donde nos estamos precipitan­do.

El terrorismo islamista no es un suceso en nuestras vidas, sino un agujero negro donde nos estamos precipitan­do

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