Luz donde antes había oscuridad
La restauración de un tenebrario del siglo XVIII sirve para explicar la evolución litúrgica de la Iglesia
La reconstrucción de la historia del arca de la Alianza que ocultaba la basílica de los Sants Màrtirs Just i Pastor no es la única que ha tenido lugar en este templo, donde también se ha reconstruido –esta vez, físicamente– una obra de arte. Se trata de un tenebrario de 1788, un candelabro triangular, con pie muy alto y quince velas, que se apagaban en los oficios de tinieblas de Semana Santa.
Hay pocos ejemplos de tenebrarios de esta antigüedad y belleza en el resto de iglesias de Barcelona (¡ay, los incendios de la Setmana Tràgica y de la Guerra Civil!). La respuesta de mosén Puig cuando le preguntan dónde apareció esta pieza da cuenta de su extraordinaria singularidad: “En varios lugares, repartida por el templo”.
El enorme candelabro, de madera de nogal, estaba roto, irreconocible. Le faltaban piezas y las que había parecían un rompecabezas, tras años de olvido y abandono. Mosén Puig sabe que su iglesia es una fuente inagotable de sorpresas, donde cualquier mínima obra de reparación destapa nuevos hallazgos arqueoló- gicos (una pila bautismal visigótica, un osario de la peste negra, el podio de una estatua ecuestre romana...). Por eso decidió guardar todos aquellos trozos de madera hasta que la obra original fue tomando cuerpo. Su paciencia ha sido recompensada y desde hace unos días los feligreses pueden contemplar el tenebra- rio, que volvió a su nueva vida el domingo de Ramos, con una misa polifónica. Una celebración dulce y luminosa que nada tiene que ver con los usos a que antes estaba destinado: la oscuridad.
Esta obra ornamental sirve para explicar la evolución litúrgica de la Iglesia y de la Semana Santa. Hasta mediados del siglo pasado era frecuente la celebración del hoy casi desconocido Oficio de Tinieblas. La ceremonia se desarrollaba desde el mediodía hasta las tres de la tarde, en evocación de la agonía de Jesús: “Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda aquella tierra quedó en oscuridad y el sol dejó de brillar”, dice el Evangelio según san Lucas. Los cuadros de las Iglesias, como también pasa ahora, se tapaban con velos (y algunos templos, incluso, las ventanas).
La oscuridad era casi total, sólo rota por las 15 velas del tenebrario, que se apagaban una a una a medida que se realizaban las lecturas sobre la destrucción de Jerusalén del Libro de las Lamentaciones, de Jeremías (de ahí viene la expresión jeremiada, es decir, un pesar o muestra exagerada de dolor). La última vela, que se apagaba a las tres de la tarde, representaba la muerte del hijo de Dios. Y llegaba la oscuridad total.
Esa tristeza (“sufrían por la
luz”, dice un poema de Vicente Aleixandre) ha alumbrado joyas de la música clásica, como la obra de Narcís Casanoves (1747-1799), monje de Montserrat, o los responsorios de tinieblas del religioso Tomás Luis de Vitoria (15481611), abulense como santa Teresa. Pero la Semana Santa de hoy tiene poco que ver con la de antaño, a pesar de que se mantiene la solemnidad de la ocasión y a pesar de la recuperación polifónica que impulsan coros como Ars Nova, que brilla con obras como
O magnum mysterium, precisamente de Tomás Luis de Victoria.
También se mantienen los cirios, las palmas y las ramas de oli- vos. Pero ahora las iglesias subrayan más la alegría por la resurrección que el pesar por la muerte. Nada lo refleja mejor que el tenebrario: antes traía la oscuridad, ahora la luz. Sin jeremiadas.
El espíritu de las tinieblas también contrasta con la felicidad que parece inundar la casa de Sílvia Marimon, con juguetes de sus hijos por todas partes. Escultura, restauradora y conservadora del patrimonio artístico, esta experta ha logrado que el tenebrario luzca como en sus mejores días. Sílvia, que ha trabajado en el Museu Picasso, la basílica del Pilar y la catedral de Mallorca, entre otros lugares de excepción, ha luchado contra el reloj para la puesta a punto del monumental candelabro. Eso incluía tallar las piezas que faltaban con una madera diferente para que un ojo experto pueda dictaminar qué parte es original y cuál no.
La semana pasada, un día antes de que regresara a la basílica, el tenebrario aún estaba en su piso, entre bustos de arcilla, esculturas y juguetes infantiles. Ya había recibido una capa de barniz y aún tenía que recibir otra. Parecía mentira que todo se hubiera hecho en 15 días, le decían a Sílvia, que respondía entre risas: “Es que han sido 15 días y casi 15 noches, sin apenas dormir”. Y entonces mosén Puig, escritor erudito y prologuista de obras como Pasión de las santas Perpetua y
Felicidad (Acantilado), de Alejandra de Riquer, replicaba: “Mea culpa, mea máxima culpa”.
El monumental candelabro, de 1788, estaba roto y le faltaban varias piezas La pieza regresó con aspecto inmejorable al altar mayor el domingo de Ramos