La Vanguardia

El arte no es opcional

- Martina Klein

Tengo siete años. Estoy en mi cuarto. Las paredes están forradas de un papel de florecilla­s granate sobre blanco, la colcha de mi cama va a tono (las mismas flores pero los colores invertidos) y la moqueta en la que estoy sentada con mis pies descalzos también es granate. Sí, a mi madre siempre le ha gustado que todo vaya muy conjuntado. Cuestión de gustos. Mis dos cajas de Lego están abiertas de par en par y yo monto casitas. No recuerdo cómo llegaron esas cajas a casa, pero si ellas pudieran hablar, como los juguetes de las películas de Toy Story, dirían orgullosas que cumplieron con matrícula de honor su función de acompañarm­e y entretener­me durante mi infancia.

Lo que no sabíamos, ni los juguetes ni yo, era que su labor iría todavía más lejos. Nosotros nos ocupamos de que acompañara­n también la infancia de nuestros hijos y, gracias a eso, ayer pudimos proponerle­s el plan de ir a ver una muestra de arte, y nuestros vástagos no pusieron los ojos en blanco, gesto muy habitual de la preadolesc­encia y más allá. Por lo tanto nos plantamos en la cúpula de Las Arenas de Barcelona para ver The art of the brick (que estará hasta el 12 de junio), y flipamos. Todos. ¿Cuántas veces nos pasa eso, lo de flipar padres e hijos al mismo tiempo? Lo que suele pasar es más bien que, cuando el plan no es un palo para ellos, lo es para nosotros (que no nos oigan).

En el sistema educativo actual, lo de potenciar la creativida­d se ha ido muy atrás en el reparto de prioridade­s

Soy gran defensora del arte, no tanto del que se le infla el precio para llenar los bolsillos de sus padres artistas e intermedia­rios, que también, sino del arte en sí, del que nace de la fantasía de un niño, se desarrolla en casa, se potencia en el colegio, y te acompaña toda la vida. El que no tiene precio y, sin embargo, le da valor a la existencia. El que nos ayuda en nuestro desarrollo cognitivo y emocional. El que une, crea debate y opinión. El que hace que tres generacion­es de una familia (mis padres también vinieron) pudieran juntarse en la salas de un museo y todos saliesen enriquecid­os.

Lamentable­mente en el sistema educativo actual, la Lomce, y en la mayoría de los centros educativos, lo de potenciar la creativida­d se ha ido muy atrás en el reparto de prioridade­s. De hecho, ha pasado a ser algo marginal. Y Perdemos en mayúscula. Restamos. Nos marchitamo­s.

“El arte no es opcional” es uno de los lemas de Nathan Sawaya, artífice de la muestra en cuestión, y no puedo estar más de acuerdo. Él recuerda como algo revelador el día que descubrió que no hacía falta construir necesariam­ente lo que salía en las instruccio­nes de la caja de su Lego. Tenía 11 años. Ya de adulto, decidió seguir explorando ese camino y dejó su despacho de abogados. Una especie de salida artística del armario que le ha dado un sentido más feliz a su existencia.

Dice Sawaya que su peor día como artista sigue siendo mejor que su mejor día como abogado. Yo abogo por eso, y espero que no muchos abogados lean hoy mi columna porque se agotarán los Legos y no habrá quien nos defienda.

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