ITV a la autoficción
Los escritores se pasan aplicaciones que inhiben las redes sociales un rato, para no caer en la tentación
La publicación del primer premio Anagrama de novela en catalán, Jambalaia, de Albert Forns, pone el foco en los límites de la autoficción. Esta es una etiqueta reduccionista, como todas, que se aplica a obras literarias que identifican las tres figuras de la santísima trinidad narrativa: autor, narrador y personaje protagonista. Hasta hace poco, a este tipo de obras las llamábamos autobiografías. ¿O es que alguien duda que la autobiografía (la más autorizada de las biografías) sea un género de ficción? Forns, nacido en Granollers en 1982, no se acoge a la solemnidad del espacio biográfico y tampoco nos propone ningún dietario, sino que escribe un conjuro narrativo para superar la crisis de la segunda novela. Cabe recordar su celebrado debut con Albert Serra (la novel·la no el cineasta) (Empúries, 2013). En Jambalaia Forns se plantea repetir el morphing con un personaje (el dramaturgo Edward Albee) pero acaba haciendo un Periscope literario de su intento. Comparte muchos episodios de su estancia en un centro de acogida de escritores. Pronto vemos que se dedica a procrastinar, es decir, posterga el momento de pillar la novela por los cuernos. Antes bebe, charla, lee, se documenta. Seguimos sus pesquisas wikipédicas sobre temas que le sugiere su día a día: la alimentación desordenada, la agresividad del modelo turístico, el monopolio de Walmart, la masturbación... La obra, que podría haber sido insoportable, se deja leer desde el principio, consigue momentos espectaculares y transforma la vacuidad en síntoma. Forns escribe bien, aunque no tenga claro sobre qué. Y, mientras nos describe las dificultades para hacer la novela que ha ido a escribir a Estados Unidos, nos la escribe.
Entre la primera y esta segunda novela de Forns Joan Miquel Oliver publicó Setembre, oc
tubre i novembre (L’Altra, 2014), una especie de autoficción más anclada en el dietarismo que pretendía biografiar al escalador mallorquín Miquel Riera, creador de la escalada sobre agua conocida como psicobloc. El músico de Sóller pronto se desentendía del propósito inicial y se concentraba en las cosas que le pasaban durante los tres meses de escritura. El resultado era un dibujo de una Mallorca alternativa. El de Jambalaia no es tan claro, tal vez porque el peso abrumador del mundo digital difumina las proyecciones. Los protagonistas incluso se pasan aplicaciones que inhiben durante un rato las redes sociales para no caer en la tentación y escribir en el ordenador sin distracciones. Recuerda el Monzó de Olivetti,
Moulinex, Chaffoteaux et Maury (Quaderns Crema, 1980), de cuando ir a escribir significaba encerrarse en un lugar lejos de un bar. Al final, la autoficción cansa. David Bellos, el biógrafo británico de Georges Perec, sostiene que el Oulipo (de los Perec, Queneau, Calvino, Roubaud...) nació porque después del desastre humano de la Segunda Guerra muchos escritores no sabían de qué escribir. Los círculos concéntricos que teje la autoficción alrededor del yo equivalen a las trabas verbales de los oulipistas. Tal vez ha llegado el momento de venderse el auto.