El silencio irrompible

EL silencio es nuestro mejor amigo: nos ayuda a pensar, nos impide equivocarnos y contribuye a que nos conozcamos íntimamente. El silencio puede ser el mejor de los homenajes o el peor de los desprecios. Fue glosado en la antigüedad, pues Confucio nos advirtió que nunca nos traiciona, Pitágoras nos recordó que es la primera piedra del templo de la filosofía y Catón glosó que era la virtud original.

Al hombre contemporáneo le cuesta permanecer en silencio. Las redes sociales nos han hecho creer que todos tenemos una opinión sobre todo, cuando la mayoría sólo tiene media acerca de nada. Así que la gente olvida el gran consejo de Mark Twain, el autor imprescindible en las escuelas estadounidenses, cuando dijo a sus epígonos: “La palabra precisa tal vez sea efectiva, pero ninguna jamás ha sido tan efectiva como el silencio preciso”.

El pasado sábado, el Camp Nou intentó dar solemnidad a un minuto de silencio para despedir a Johan Cruyff, pero fue imposible, pues un puñado de energúmenos hizo oír su voz, quebrando la inmensidad espiritual del momento. Es oportuno en algunos momentos de la vida hacer del silencio palabras, como cantaba Lluís Llach, pero existen circunstancias en que el silencio resume más que ninguna sentencia la emoción sentida. “Nunca rompas un silencio si no es para mejorarlo”, sostenía a menudo Ludwig van Beethoven.

En las páginas de Cultura hemos querido hablar del silencio, porque el silencio acostumbra a ser el mejor cómplice en la lectura de un libro, en el recorrido por una exposición o en una sala de conciertos. Emilio Lledó, en su libro El silencio de la escritura, defendía el ensimismamiento en el momento de escribir o de leer. Casi como una manera de sentirse un poco dios, deteniendo el tiempo, dando vida a las palabras.