Lluís Pasqual
La literatura, la música, el cine y el teatro reivindican el papel necesario del silencio, aun en una sociedad saturada de estímulos
DIRECTOR TEATRAL
Ni el minuto de silencio por Johan Cruyff logró que todo el mundo callara. Lluís Pasqual señala que el silencio nos confronta a nosotros mismos, nos obliga a escucharnos. Un acto de madurez complicado, dice, para una sociedad poco madura.
Ni los 30 segundos que dura un ‘minuto’ de silencio? Una ínfima minoría de aficionados del Barça, media docena quizás, fue incapaz de resistirse a interrumpir –básicamente increpando a Cristiano Ronaldo– el homenaje silencioso a Johann Cruyff, el sábado en el Camp Nou. ¿Somos incapaces de callar? ¿De soportar el vacío auditivo, informativo?
En un mundo en que la gente anda por la calle mirando constantemente su teléfono móvil –150 veces al día, según algunos estudios– y en el que resulta difícil detenerse a pensar parecen más actuales que nunca los versos de Fray Luis de León escritos en pleno siglo XVI identificando la huida “del mundanal ruido” con la senda que siguen “los pocos sabios que en el mundo han sido!”. Cada vez más, el silencio se nos aparece como un lujo inasequible, con las personas entregadas a esos llamados micro-momentos. La función del silencio, que es a menudo la de subrayar la importancia o trascendencia de algo, o la de buscarle un sentido, se ve interrumpida por contínuas interferencias o impaciencias. ¿Tan habituados estamos al ruido que reaccionamos al silencio con extrañeza u hostilidad?
De Heidegger a Lledó. Emilio Lledó ha reivindicado el silencio como base de la lectura y un necesario ensimismamiento. Martin Heidegger (1889-1976) pedía callar “para dejar que el ser nos hable”. Cerca de esa concepción se hallaba María Zambrano (19041991), para quien “las grandes verdades no pueden decirse hablando”. Y Gilles Deleuze (19251995) creía que “estamos anegados de cantidades ingentes de palabras inútiles”.
En nuestra sociedad, son los monasterios o las bibliotecas los dos principales lugares en que uno puede ingresar para evitar el ruido ambiental. No hace falta profesar ninguna fe para que lo acojan a uno en un monasterio, y los escritores o estudiantes se cuentan entre sus clientes. Montserrat y Poblet son dos de los centros con más peticiones. El lujo más buscado. “El silencio es uno de los lujos y una de las cosas más preciadas y buscadas en estos momentos”, dice Lluís Pasqual, director del Teatre Lliure. “El teatro es uno de los últimos reductos donde se respeta. Hay silencios de muchas maneras, redondos, tensos, agudos, esperanzados... No se puede pensar en medio del ruido –prosigue–. La gente se interrumpe en todas partes, en las familias, en las tertulias, la gente sólo pregunta y ya no espera la respuesta, no escucha al otro. Pero del silencio nace el sonido, la palabra, la música, no hace falta ser japonés u oriental para saberlo”. Los problemas de ruido en el teatro se limitan, cree, básicamente a la tos. “Hace mucho tiempo que Pau Casals ya puso en evidencia en el Palau de la Música la capacidad de los catalanes para resfriarse. Volvió a co- menzar un concierto”, sonríe. Incluso los móviles, dice, están comenzando a desaparecer de las salas, “sonaban más hace siete u ocho años, otra cosa son las pantallitas iluminadas, que también tocan la pera”, apostilla. Y acaba con una reflexión: “La incapacidad actual de escuchar el silencio significa que nadie es capaz de estar con él mismo a solas durante un minuto. Hay horror vacui, tiene que haber una tele puesta, una radio, música, o a la gente le produce un gran desasosiego. El silencio de alguna manera te con- fronta a ti mismo, te has de escuchar. Eso es un acto de madurez, y no estamos en una sociedad demasiado madura”.
Sirenas y literatura. George Steiner acababa de cumplir 41 años. Eran los años setenta, los de la irrupción del rock, y no podía concentrarse en su habitación del campus de Cambridge, irritado porque el sonido de las guitarras eléctricas de sus alumnos había invadido su espacio de silencio y música reconocible (Mozart y Bartok). Steiner sabía que era anacrónico y que aún no había descodificado el nuevo lenguaje. Pero, como San Juan de la Cruz, Wittgenstein, Beckett, Rulfo u Octavio Paz, habla de la necesidad de otro silencio, el de Chardin, el pintor más lento del mundo, de las escenas congeladas. Habla del exceso de las palabras, manipuladas hasta dejarlas huecas de sentido, reciente aún el desastre de la segunda guerra mundial, cuando fueron armas cargadas de genocidio. “El vigor de la memoria sólo puede sostenerse allí donde hay silencio. Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio”. El silencio, cuando no es por falta de coraje de decir la verdad, es un tiempo de escucha, de purga de las palabras gastadas, el retorno del exilio de la palabra. Cuando la palabrería, la música, el ruido, llenan el espacio público y el ámbito privado, se crea el horror contemporáneo al silencio. En la lectura, el silencio hace que seamos capaces de oír la voz del autor que nos interroga. El silencio es un hacer –se hace el silencio–. Y, según Kakfa, las sirenas le dieron una lección de vanidad a Ulises: no cantaron cuando pasó. Le derrotaron con su silencio.
LLUÍS PASQUAL “La gente se interrumpe en las familias, las tertulias... ya no se espera la respuesta”
PROPUESTA Los Cinemes Full ofrecen la posibilidad de irse a otra película en los primeros 30 minutos
EL RITUAL El director de orquesta lo crea sosteniendo en alto la batuta al final del concierto
Sin palomitas. Pere Sallent, propietario de los Cinemes Full, del Centre Comercial Splau, en Cornellà de Llobregat –los cines con más audiencia en Catalunya: en el 2015 convocaron a 1.300.000 espectadores– habla del silencio en el cine como de un acto de respeto. “En el momento de iniciar nuestras proyecciones ofrecemos, mediante un anuncio en la pantalla, la posibilidad de cambiar de película –dentro de los 30 primeros minutos– si el filme no les gusta. E inmediatamente después les rogamos silencio. No es una orden, es una petición por respeto a los demás. No buscamos un principio de autoridad, un ordeno y mando, sino un principio de solidaridad”.
Àngels Gelabert, del Texas, insiste en la idea del respeto: “Nuestro público es muy respetuoso, como en general el público de cine. Nunca hemos tenido ningún problema, y en otros cines los problemas no abundan. Además, como nosotros no vendemos palomitas, no se oye ni el rumor de la gente masticando”.
Carlota Frisón, actriz y cineasta, que ha escrito una monumen- tal teoría sobre El silencio en el cine, se pregunta “¿El silencio en cine se construye?”, y responde: “Sí, porque en cualquier medio y contexto el silencio se edifica. El silencio es acción. Acción que se practica mientras se dice, por ejemplo, estar en silencio. En el cine, el silencio toma presencia a través del movimiento en imagen. Es en ese transcurrir de la imagen donde se construye el silencio, cimentado en lo visible y en lo escuchable. En aquel campo de fútbol los 60 segundos en silencio en honor al jugador se construyeron en las cabezas de los espectadores, en su memoria, con imágenes, ruidos y palabras, tantas como asistentes al aconte-
cimiento. Unos pocos no supieron dar vida a aquel minuto de silencio.Ni para toda persona, ni siempre, es sencillo dejar hablar al silencio”.
Arruinar un concierto. Los auditorios y salas de conciertos no saben qué inventarse para garantizar el silencio. Hay un público que espera gozar de la delicadeza de determinados momentos musicales pero, precisamente por sus características acústicas, en estas salas se escuchan al detalle todas las toses o, peor aún, los inoportunos móviles. No importa si están en el otro extremo de la sala. Por otra parte, a la política de vender caramelos para combatir las toses la carga el diablo, pues los envoltorios suelen ocasionar otros ruidos no menos desagradables para quienes tratan de concentrarse en la sinfonía, el aria o el concierto.
En L’Auditori se reúnen cada martes el departamento de comunicación y el de programación para analizar pormenores de la semana que se deja atrás y las que vienen. Y el del ruido es un tema recurrente, explica Valentí Oviedo, su gerente. “Hemos detectado que el aviso previo por megafonía de “apaguen los teléfonos móviles, etcétera” ya no causa efecto. Se ha dicho tantas veces que la gente ya no lo escucha y no percibe la señal de precaución. Así que en determinados conciertos haremos que alguien aparezca en el escenario y lo exprese de manera educada pero verbal, delante del público: si tenéis caramelos, por favor, desenvolvedlos antes y vigilad el teléfono. Que la gente sea consciente de que el concierto en silencio beneficia a todo el mundo. Pero es algo que hay que hacer con un toque de humor, que a veces es más útil que la prohibición”.
Efectivamente, la gente va a un concierto a disfrutar, y el concepto prohibición puede resultar disuasorio. “Es maravilloso que la gente se sienta cómoda, como en casa, pero también en casa hay unas normas de convivencia. Lo que hay que hacer es cambiar el concepto norma y obligación por un concepto de comprensión”, apunta Oviedo.
Otro momento de preciado silencio en las salas de concierto son esos segundos en que el director de orquesta sostiene en alto la batuta al final de la obra, para saborear el efecto antes de que irrumpan los aplausos. “Eso forma parte del código, como no aplaudir entre movimientos, pero es que a veces la música se lo pide al cuerpo, necesita liberar energía. Y escuchar un ‘shhh’ de alguien reprobando esta liberación de energía puede coartar a quienes no van a los conciertos muy a menudo y llevarles a pen- sar que eso de la clásica no está hecho para ellos”, apunta Oviedo. La solución para estos casos se aplica, en el caso de L’Auditori, en los ensayos abiertos. Allí hay ocasión de informar al público, a menudo neófito, de cuál es el código en materia de aplausos.
Silencio, pues.
Con información de Xavi Ayén, Justo Barranco, Maricel Chavarría, Salvador Llopart y Josep Massot