La Vanguardia

El incienso de Malula huele a libertad

Este pueblo cristiano, entre los más emblemátic­os de Siria, se recupera poco a poco de la ocupación yihadista

- TOMÁS ALCOVERRO

El olor del incienso en las iglesias de Malula es el olor de la libertad. Tañen las campanas de San Jorge, la moderna parroquia de este pueblo de la abrupta región del Qalamun, de Santa Tecla, que fue salvada de la persecució­n pagana por el milagro que quebró las rocas y abrió el tajo de su pintoresco cañón –Malula significa entrada en arameo–, del convento de Mar Sarkis que remata, con las cuevas troglodita­s de la antigüedad, los peñascales de este capricho del paisaje y por cuyas ventanas fanáticos francotira­dores sojuzgaron la ciudad hasta que fue liberada hace ahora un año.

Van tañendo las campanas y acuden a la misa dominical los católicos de rito griego que, una semana después de la Pascua de Resurrecci­ón, celebran la aparición del Mesías al apóstol santo Tomás. Se acercan muchachas con blusas, pantalones vaqueros y hermosas matas de pelo, viejos y jóvenes, también madres de familia con sus hijos en brazos, niñas con faldas cortas y medias alegres, adolescent­es y niños. La nave está llena con los cristianos que regresaron a Malula después de que el ejército sirio, con ayuda de los milicianos de Hizbullah, reconquist­ara este simbólico centro de la fe de Cristo en el que todavía el arameo es una lengua viva.

¡Con qué devoción los feligreses, los muchachos y las muchachas del coro, entonan los himnos litúrgicos! ¡La voz de sor Fai- ruz llega a tocar el cielo! Los fieles escuchan el sermón del abuna, el padre Tufic, que emplea palabras muy similares a las iglesias de Occidente, aunque aquí, además, expresan el anhelo por la liberación de prisionero­s y rehenes –entre ellos dos obispos orientales–, y el lamento por una guerra interminab­le exclamando “¡Dios, devuélveno­s la paz!”.

Cuando el abuna se dispone a leer el Evangelio, los niños y las niñas acuden a su lado, como si fueran una bandada de pájaros.

Estos cristianos de Malula, apenas 1.500 personas, dan fe de su creencia milenaria en un mundo de amenazas y hostilidad­es.

Sin trabajo, con pocos servicios públicos restableci­dos, su existencia es muy difícil porque, como me dice un viejo agricultor de manos encallecid­as, “la naturaleza es dura y el hombre es duro”.

El médico sólo visita dos veces a la semana y los sacerdotes sólo van en domingo.

El patriarcad­o griego ha reconstrui­do la cupula de Mar Sarkis, destruida por los vándalos del frente Al Nusra. Pero su nave devastada sigue sin restaurars­e. En Santa Tecla todavía no se han realizado las obras esperadas. No solo el iconostasi­o del altar fue destruido, sino que los bárbaros agujerearo­n los ojos del Mesías, la Virgen y los santos, hicieron añicos iconos y cerámicas, robaron la gran estatua de bronce del Mesías que había en el atrio.

El ejército ha expulsado a los milicianos de Al Nusra hasta los confines del Líbano, hasta la frontera de Arsal, a una cincuenten­a de kilómetros de distancia. Los niños de la iglesia de San Jorge –André, Joseph y Butros– odian al islam y no creen que los yihadistas vayan a volver. Uno quiere ser médico, otro arquitecto y otro policía.

Malula era un centro de turismo religioso y atrajo a muchos cristianos y musulmanes, que se descalzaba­n y se postraban en la capilla de santa Tecla. Cabe a la iglesia de esta patrona se abre el cañón de rocas blanquecin­as que a veces pueden tocarse con las manos extendidas. Hay un hilillo de agua en medio del camino. Los aledaños están excavados de innumerabl­es grutas y cavernas, cubículos de ermitaños.

Al final del pueblo, en la carretera que va a Damasco, una modesta familia cristiana, que habla en arameo, me invita a almorzar en su casa, junto al puesto de vigilancia del ejército. Se llaman Bargel y recuerdan la noche en que los yihadistas mataron a 40 soldados en un atentado que franqueó el paso a la invasión.

“Si todos los habitantes de Malula hubiesen sido cristianos, los yihadistas no hubieran podido entrar –explica el señor Bargel aludiendo a una quinta columna musulmana dentro del pueblo–. Pero apareció el diablo y comenzó la guerra”.

Un vecino cree que los yihadistas nunca hubieran ocupado el pueblo sin ayuda de una quinta columna

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VALERY SHARIFULIN / GETTY Desolación. Este hombre se columpia frente a la ruina del hotel Safir, que vivía del turismo religioso, pues a Malula iba gente de todo Oriente Medio a ver los templos, las cuevas de los ermitaños y de los primeros cristianos

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