El incienso de Malula huele a libertad
Este pueblo cristiano, entre los más emblemáticos de Siria, se recupera poco a poco de la ocupación yihadista
El olor del incienso en las iglesias de Malula es el olor de la libertad. Tañen las campanas de San Jorge, la moderna parroquia de este pueblo de la abrupta región del Qalamun, de Santa Tecla, que fue salvada de la persecución pagana por el milagro que quebró las rocas y abrió el tajo de su pintoresco cañón –Malula significa entrada en arameo–, del convento de Mar Sarkis que remata, con las cuevas trogloditas de la antigüedad, los peñascales de este capricho del paisaje y por cuyas ventanas fanáticos francotiradores sojuzgaron la ciudad hasta que fue liberada hace ahora un año.
Van tañendo las campanas y acuden a la misa dominical los católicos de rito griego que, una semana después de la Pascua de Resurrección, celebran la aparición del Mesías al apóstol santo Tomás. Se acercan muchachas con blusas, pantalones vaqueros y hermosas matas de pelo, viejos y jóvenes, también madres de familia con sus hijos en brazos, niñas con faldas cortas y medias alegres, adolescentes y niños. La nave está llena con los cristianos que regresaron a Malula después de que el ejército sirio, con ayuda de los milicianos de Hizbullah, reconquistara este simbólico centro de la fe de Cristo en el que todavía el arameo es una lengua viva.
¡Con qué devoción los feligreses, los muchachos y las muchachas del coro, entonan los himnos litúrgicos! ¡La voz de sor Fai- ruz llega a tocar el cielo! Los fieles escuchan el sermón del abuna, el padre Tufic, que emplea palabras muy similares a las iglesias de Occidente, aunque aquí, además, expresan el anhelo por la liberación de prisioneros y rehenes –entre ellos dos obispos orientales–, y el lamento por una guerra interminable exclamando “¡Dios, devuélvenos la paz!”.
Cuando el abuna se dispone a leer el Evangelio, los niños y las niñas acuden a su lado, como si fueran una bandada de pájaros.
Estos cristianos de Malula, apenas 1.500 personas, dan fe de su creencia milenaria en un mundo de amenazas y hostilidades.
Sin trabajo, con pocos servicios públicos restablecidos, su existencia es muy difícil porque, como me dice un viejo agricultor de manos encallecidas, “la naturaleza es dura y el hombre es duro”.
El médico sólo visita dos veces a la semana y los sacerdotes sólo van en domingo.
El patriarcado griego ha reconstruido la cupula de Mar Sarkis, destruida por los vándalos del frente Al Nusra. Pero su nave devastada sigue sin restaurarse. En Santa Tecla todavía no se han realizado las obras esperadas. No solo el iconostasio del altar fue destruido, sino que los bárbaros agujerearon los ojos del Mesías, la Virgen y los santos, hicieron añicos iconos y cerámicas, robaron la gran estatua de bronce del Mesías que había en el atrio.
El ejército ha expulsado a los milicianos de Al Nusra hasta los confines del Líbano, hasta la frontera de Arsal, a una cincuentena de kilómetros de distancia. Los niños de la iglesia de San Jorge –André, Joseph y Butros– odian al islam y no creen que los yihadistas vayan a volver. Uno quiere ser médico, otro arquitecto y otro policía.
Malula era un centro de turismo religioso y atrajo a muchos cristianos y musulmanes, que se descalzaban y se postraban en la capilla de santa Tecla. Cabe a la iglesia de esta patrona se abre el cañón de rocas blanquecinas que a veces pueden tocarse con las manos extendidas. Hay un hilillo de agua en medio del camino. Los aledaños están excavados de innumerables grutas y cavernas, cubículos de ermitaños.
Al final del pueblo, en la carretera que va a Damasco, una modesta familia cristiana, que habla en arameo, me invita a almorzar en su casa, junto al puesto de vigilancia del ejército. Se llaman Bargel y recuerdan la noche en que los yihadistas mataron a 40 soldados en un atentado que franqueó el paso a la invasión.
“Si todos los habitantes de Malula hubiesen sido cristianos, los yihadistas no hubieran podido entrar –explica el señor Bargel aludiendo a una quinta columna musulmana dentro del pueblo–. Pero apareció el diablo y comenzó la guerra”.
Un vecino cree que los yihadistas nunca hubieran ocupado el pueblo sin ayuda de una quinta columna