La Vanguardia

Qué hacer en Panamá

- Quim Monzó

Si usted no ha estado nunca en Panamá, le recomiendo ir. Todavía recuerdo con emoción la primera vez que fui, por asuntos que ahora no vienen al caso. Después he vuelto varias veces. La visita ha sido siempre un placer, y es difícil que un país te enamore cada vez que vas. A menudo, la primera te fascina, la segunda te gusta y el resto ya te parece repetitivo. Panamá no. Panamá es siempre una maravilla.

Yo empezaría con un paseo por el casco antiguo de la ciudad, un barrio encima de la bahía. Edificios de la época colonial –con balconadas deliciosas, algunas de madera–, en pleno proceso de restauraci­ón y gentrifica­ción que dará a la zona grandes perspectiv­as de incremento del precio del metro cuadrado de suelo. En aquel primer viaje dejé de lado las recomendac­iones (visitar la iglesia del Altar de Oro, del siglo XVII, los calabozos del XVI y la casa Góngora, del XVIII, el edificio más antiguo del barrio y que aún conserva gran parte de su estructura colonial) y fui directamen­te a un bar que se llamaba La Ponchera para pedir un vaso de ron Abuelo (“donde la experienci­a se vuelve sabor”, dice su es-

Todavía recuerdo con emoción la primera vez que fui, por asuntos que ahora no vienen al caso

logan). En los anuncios del ron Abuelo aparecen chicas con shorts blancos tan ceñidos que les marcan el cameltoe. Sí que visité el Hotel Central y el Grand Hotel (que hoy se ha convertido en el Museo del Canal Interoceán­ico), un edificio afrancesad­o construido después de que derribaran las murallas. Me encantan los viejos hoteles.

Pero, en Panamá, no todo es la ciudad de Panamá. Visiten el fuerte de San Lorenzo, en la desembocad­ura del río Chagres, y El Valle, un pueblo que está dentro de un volcán. Yo aún no he ido a Bocas del Toro, un archipiéla­go formado por nueve grandes islas rodeadas de islotes, muy apreciado por los amantes de bucear porque hay una gran diversidad marina, pero la próxima vez sí que iré (aunque no a bucear). Lo que no se pueden perder es, desde las esclusas del lago Gatún, la contemplac­ión del Canal de Panamá “una de las obras de ingeniería más soberbias creadas por el ser humano”, según me dijo un señor que se sentaba a mi lado durante un partido de béisbol. Los panameños son muy amables. Este se llamaba Freddy y me dio la dirección de un restaurant­e –cuyo nombre ya no recuerdo– donde preparaban arroz con guandú, sancocho, sopa de pata de vaca, patacones, mondongo a la culona, ropa vieja, tamales, almojábana...

Pero una estancia en Panamá no es completa sin una visita a la sede de Mossack Fonseca, una espléndida empresa especializ­ada en el disimulo financiero. Está en la calle 54, en un precioso edificio casi cúbico, de paredes de vidrio, delante del cual hoy en día es obligado hacerse una selfie, como los guiris en Barcelona delante de la Pedrera. La primera vez que fui, cuando salí –ya con toda mi documentac­ión en regla– antes de volver a Barcelona me compré un precioso sombrero panamá blanco que todavía me pongo los días de fiesta grande.

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