‘El camp’, en dos teatros a la vez
La inquietante obra de Martin Crimp coincide en la sala Beckett y el teatro Gaudí Teatro
Las coincidencias no existen. O sí. En todo caso, sorprendentemente, esta tarde se pueden ver en la cartelera barcelonesa dos montajes del inquietante thriller psicológico El camp de Martin Crimp. El teatro Gaudí repone hasta el jueves la versión que de la obra del dramaturgo británico realizaron Xavi Àlvarez, Anna Prats y Sonia Espinosa el año pasado en el Versus Teatre, que logró una buena acogida. Y, a la vez, esta noche la sala Beckett –que está realizando durante ocho semanas un repaso de sus espectáculos más aclamados para celebrar la despedida de su histórica sede de Gràcia antes de su traslado en unos meses al Poblenou– ofrece una lectura dramatizada de la misma pieza, que causó gran impacto cuando se estrenó en la Beckett a principios del 2005.
En El camp un médico y su esposa abandonan la ciudad y se van a vivir al campo con el deseo de escapar de las neurosis propias de la vida urbana y con la ilusión de poder de ese modo cambiar su vida. Sólo que su visión del campo, idílica, como un espacio de orden y armonía al que simplemente hay que adaptarse, no se corresponderá con el estado real de sus vidas. La llegada del marido una noche a casa con una chica inconsciente en los brazos a la que ha auxiliado en la carretera será el inicio de un camino difícil y sin retorno que revelará el carácter inhóspito de la naturaleza y de la condición humana. Porque, cuando se despierte la chica, se descubrirá que no es tan desconocida. Y se sabrá que el médico tiene problemas con las drogas.
La lectura dramatizada de la Beckett va a cargo de Rosa Cadafalch, Maria Ribera y Toni Casares, el director del montaje original, que sustituye a Xavi Mira, el actor que dio vida al médico en el 2005. En el Gaudí está el mismo equipo encabezado por Xavi Àlvarez –la compañía La Niña Bonita– que estrenó la pieza en la sala Trono de Tarragona y luego en el Versus. Un Àlvarez que dice que El camp habla de nuestra continua búsqueda de soluciones fuera, por ejemplo en el campo. Habla de que buscamos el sentido de la vida lejos, con grandes cambios, cuando a veces, apunta, basta con modificar gestos cotidianos. Y habla, remata, de cómo todas nuestras acciones ponen en marcha algo, aunque decidamos no mirar. “La sociedad está refugiada en el infantilismo del ‘yo no he sido’ y del ‘yo no sé’ y es gente que tiene 40 años y se quita la responsabilidad de sus acciones, se esconde en la ignorancia. La obra denuncia a estos adultos que seguramente son niños dañados pero no han hecho nada para arreglar su situación”, concluye.