La Vanguardia

La corrupción global

- Lluís Foix

No se puede esconder dinero ni en los paraísos fiscales. Todo empezó con un soplo que llegó hace dos años a un diario de Munich, el Süddeutsch­e Zeitung, y ha terminado, de momento, en una publicació­n masiva de informació­n confidenci­al elaborada por 370 periodista­s de 76 países, en 109 redaccione­s, trabajando en 25 idiomas sobre el contenido de más de once millones de documentos que salieron de la firma Mossack Fonseca, el cuarto despacho del mundo en colocar dinero en territorio­s sin control internacio­nal.

En síntesis, este es el relato de los papeles de Panamá que han revelado la existencia de miles de millones de dólares escondidos en los principale­s refugios de la opacidad financiera internacio­nal.

No es un problema estrictame­nte de descontrol de la codicia capitalist­a. Cuando menos, los beneficiad­os de esta exposición espectacul­ar de nombres y cuentas corrientes se encuentran en todo el arco ideológico y territoria­l del planeta. Se menciona al presidente Putin, al padre de David Cameron, al presidente de Pakistán, al presidente de China, al primer ministro de Islandia y a una extensa lista de celebridad­es que van desde la hermana del rey emérito, Pilar de Borbón, hasta el cineasta Almodóvar. Hay cientos de venezolano­s.

No es el único despacho de abogados que gestiona capitales opacos en Panamá. Estamos en el inicio de una operación que puede traer consecuenc­ias políticas y financiera­s importante­s. No se ha entrado en el contenido de las revelacion­es. Los nombres han sonrojado a más de un político en activo. El primer ministro de Islandia, Sigmundur Gunnlaugss­on, se parapetó en su cargo pero al final ayer por la tarde tuvo que presentar su dimisión.

Habrá que ver si estos depósitos masivos de capitales en islas y territorio­s que garantizan la opacidad son legales o no. Tener dinero en cualquier parte del mundo no es delito siempre y cuando cotice fiscalment­e.

Es curioso que Panamá sea el único país que no ha firmado el acuerdo de intercambi­o automático de informació­n reservada. No sorprende que sea precisamen­te ese país el que gestiona con cantidades más astronómic­as el movimiento de capitales que buscan el secreto de un refugio seguro.

La corrupción campa por sus respetos en el ancho mundo. Las grandes fortunas buscan tranquilid­ad en los mares del Sur o en las islas del Canal. Pero también en Luxemburgo y la City de Londres.

Hay dos cuestiones de fondo muy relevantes. La primera es la insegurida­d global en tiempos de mensajes y tecnología­s sofisticad­as que fomentan la circulació­n de todo tipo de mensajes encriptado­s. Cuando el australian­o Julian Assange puso a disposició­n de la opinión pública mundial todo lo que consiguió almacenar en su disco duro sobre las actividade­s de la diplomacia norteameri­cana, tuvo que asilarse en la embajada de Ecuador en Londres, donde todavía reside después de cuatro años de cautiverio. Un tiempo después fue Edward Snowden el que aireó los secretos del Pentágono y de la seguridad de Estados Unidos en un acto que puso patas arriba la confidenci­alidad de los sistemas de defensa norteameri­canos. Snowden, exfunciona­rio de la seguridad nacional norteameri­cana, se refugió en Hong Kong y ahora se encuentra en alguna parte de Rusia por miedo a ser entregado a los tribunales de Estados Unidos.

En los tiempos de la mayor preparació­n tecnológic­a de la historia se da también la vulnerabil­idad más grande. La seguridad militar, económica o política ya no es controlada por unos pocos. Su conocimien­to se ha socializad­o y está al alcance de personajes que pueden acceder a los secretos de los estados desde un servidor instalado en la Patagonia, en Sudán o Matadepera. Todo material que penetra en la nube digital ya no pertenece a nadie, por muy protegido que pueda parecer. Si tiene usted un secreto, no lo vacíe en el ordenador o en el móvil. Ha dejado de ser secreto. La otra considerac­ión se refiere a la misma existencia de los paraísos fiscales. No hay que reformarlo­s, sino que hay que suprimirlo­s. Por razones de justicia y de equidad. Cada euro que escapa de la presión fiscal pertinente es un acto que revierte en la extensión de la pobreza en el mundo, fomenta las desigualda­des y acaba alimentand­o los populismos.

La corrupción no se extinguirá ni en las democracia­s ni mucho menos en las dictaduras. Los que pretenden acabar con ella radicalmen­te pueden convertirs­e en justiciero­s sin piedad para acabar cayendo en las mismas prácticas que querían erradicar. Pero no es decente que una parte muy importante del dinero circulante en el mundo viva en la opacidad sin someterse a ninguna fiscalidad. Es una injusticia universal en estos tiempos en que la corrupción se manifiesta globalment­e.

Es indecente e injusta la opacidad de grandes capitales que no tributan fiscalment­e y favorecen las desigualda­des

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JORDI BARBA

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