Menuda faena
AL paso que vamos, es posible que este país lo gobierne un día, directamente, el Tribunal Constitucional, pues la incapacidad de los políticos para ponerse de acuerdo en asuntos básicos de la democracia está convirtiendo al Alto Tribunal en el desván de los enredos de la vida pública española. Que lo que puede arreglar la política deban resolverlo los jueces no sólo es un error, sino sobre todo un desprestigio para el noble arte de la gestión pública. A lo mejor es que la política ya no es lo que era, pero ni así se entiende este intercambio de papeles. Tendría toda la lógica que aquello que puede resolver el diálogo no tuviera que decidirlo una sentencia.
El último embrollo que ha acabado en tan altísima magistratura es el enfrentamiento entre el Congreso de los Diputados y el Gobierno en funciones por la repetida ausencia del Ejecutivo en la Cámara para dar explicaciones. Seguramente, el presidente no quiere que el Parlamento se convierta en un mitin semanal contra el Gobierno, pero es de sentido común que un Ejecutivo en funciones debería estar igualmente controlado (o incluso más) por la Cámara Baja. Que el partido mayoritario no se haya avenido a buscar una salida a un vacío constitucional es un despropósito. Rajoy argumenta que él sólo debe dar explicaciones al Parlamento que lo eligió, lo que resulta una pirueta en el aire más que un razonamiento en tierra. Si un Gobierno está obligatoriamente controlado por la diputación permanente cuando la Cámara está disuelta, ¿cómo no va a estarlo por el nuevo Parlamento?
En cualquier caso, Rajoy estuvo ayer en el Congreso, el mismo día en que se le censuraba por no ir. No era por gusto, sino forzado reglamentariamente por tratarse de un asunto de la UE, como es la cumbre de Bruselas sobre los refugiados. “Gracias por venir”, ironizó Rivera, mientras Rajoy miraba al tendido con desgana, como los toreros que saben que van a hacer una faena de aliño.