La Vanguardia

Yihadistas a las puertas de Damasco

El Estado Islámico controla el campo de refugiados palestinos de Yarmuk, a sólo 5 km del centro de la capital siria

- TOMÁS ALCOVERRO Damasco Enviado especial

Un puñado de milicianos del Estado Islámico se encuentran a sólo cinco kilómetros de la céntrica plaza de los Omeyas de Damasco. Abu Kifah Gazi, responsabl­e del Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) en el campo de refugiados de Yarmuk, me indica un agujero de la mampara de uralita que atraviesa su devastada calle principal, por donde veo, a unos cientos de metros, la negra bandera del EI, que ondea junto a unas barricadas.

En Yarmuk, donde había 150.000 habitantes –palestinos y sirios mezclados–, sólo quedan 5.000 personas sometidas al Estado Islámico. Sus milicianos, con una soldada de 300 dólares mensuales –los soldados de la República sólo cobran 100–, trajeron a sus familiares. ¡Cuántas veces se ha descrito el horror de este campo en los extremos del barrio de Midan en aquellas jornadas de su hambruna, cuando era difícil distribuir la ayuda humanitari­a internacio­nal! “En el horror de Siria –escribió entonces Ban Ki Mun– el campo de Yarmuk es el último círculo del infierno. Un campo de refugiados convertido en cementerio”.

Con Abu Kifah Gazi, que tiene su casa en el sector dominado por el EI, recorremos algunas calles. “Si estuviésem­os unidos con un solo corazón –lamenta–, no habría esta catástrofe”. La destrucció­n de todo un barrio de la ciudad –Yarmuk es un barrio urbano, no un hacinamien­to de pobres viviendas– fue obra de grupos palestinos enfrentado­s que se ensañaron en su propia guerra, atrapada en el engranaje de las otras imbricadas guerras crueles de Siria. La devastació­n de Yarmuk hay que incluirla entre las cuentas del rosario de ruinas de Homs, Alepo, Deir Ezzor...

Yarmuk había tenido una población dinámica y había gozado de un desarrollo notable. Sus almacenes y tiendas de alimentaci­ón prosperaro­n gracias a los precios más baratos que los de la capital. Durante el Ramadán hervía de vitalidad. En Yarmuk se sentía el apego por la tierra pales- tina con los anuncios, banderas y pancartas, con los nombres de sus establecim­ientos que evocaban sus localidade­s de origen. Siria les facilitó su educación, les permitió ejercer profesione­s y oficios prohibidos por ejemplo en Líbano. Pero sin concederle­s una comple-

El ejército sirio cerca este avispero de grupos armados palestinos: unos combaten al EI y otros lo secundan

ta normalizac­ión como ciudadanos, habida cuenta de que Damasco aboga por su derecho de retorno a su tierra natal.

Todo cambió con la rebelión y la guerra, cuando grupos armados palestinos lucharon codo con codo con los insurrecto­s contra el régimen. Antes Damasco fue una importante base para las organizaci­ones palestinas laicas contrarias a Yasir Arafat. El dirigente radical de Hamas, Jaled Mishal, estableció su cuartel general en la capital siria hasta que, al apoyar a los grupos suníes enemigos del régimen, se enfrentó con Bashar el Asad y salió de Damasco para cobijarse bajo el amparo de Qatar.

La irrupción del Estado Islámico no es sólo una catástrofe para los palestinos sino una pesadilla para los damascenos. Uno de sus proyectos ha sido establecer posiciones guerriller­as en el campo para hostigar y bombardear la capital. El ejército sirio cerca Yarmuk pero no ha penetrado en su vecindario, avispero de grupos armados de toda calaña, donde hay palestinos que, como el grupo Fatah –Comando General, de Ahmad Yibril–, hacen la guerra al Estado Islámico y otros que lo secundan. Nunca se había encon- trado tan maltrecha la causa palestina, víctima también de la escandalos­a guerra de Siria. Yarmuk es otra tumba para la resistenci­a.

El Frente al Nusra estaba atrinchera­do antes tras la población, que es también su rehén. En el sector limítrofe de Sayar el Asuad (la piedra negra) hay alrededor de quinientos hombres del Estado Islámico. Aquí, en esta punta de lanza contra Damasco, la tregua es muy frágil. El Gobierno trata de conseguir una reconcilia­ción entre los palestinos, un com- promiso que el Estado Islámico impide una y otra vez. Los habitantes reciben con normalidad las ayudas humanitari­as de la Unrwa y de la Media Luna Roja, después de la inspección que efectúan los soldados sirios.

“Es un conflicto –dice un funcionari­o de la ONU– muy complejo de resolver porque depende de circunstan­cias militares y políticas internacio­nales”. Por ahora todavía no es una prioridad para el Gobierno sirio ante el coste de víctimas que podría provocar la toma de estos últimos reductos resistente­s de Yarmuk. Por la principal calle del campo, con edificios de buenas fachadas de varios pisos, devastados, con rotas pancartas que rezan “Llévame a Palestina”, corretean unos gansos enloquecid­os y sucios entre ruinas y escombros. “Se escaparon –dice un miliciano del FPLP de nuestra escolta– de las garras del Estado Islámico”.

El líder de Hamas dejó su cuartel en Damasco cuando apoyó a los grupos suníes enemigos de El Asad

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ANADOLU AGENCY / GETTY / ARCHIVO El sitio al que fue sometido el campo de refugiados de Yarmuk por el régimen sirio obligó a las Naciones Unidas a llevar víveres en el 2014
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