Superman y la pescadera
Lo confieso: Donald Trump me tiene fascinada. Y no porque sea uno de esos políticos conservadores estadounidenses que tan exóticos nos resultan vistos desde Europa: fanáticos religiosos, provincianos y antiintelectuales, como Ted Cruz, que para desacreditar a Trump ha dicho que tiene “valores típicos de Nueva York”... No, a ese tipo de políticos ya los conocíamos, pero Trump es un modelo nuevo: no por sus propuestas, sino por su absoluta e indisimulada ausencia de ellas. Cuando en las entrevistas le formulan preguntas concretísimas –qué va a hacer respecto del aborto, la deuda estudiantil, la desigualdad entre los sexos, o cómo se puede evitar que otros países devalúen sus monedas...– responde (cito literalmente): “Es una cuestión muy complicada”, “trabajaremos en ello”, “nadie respeta a las mujeres más que yo”, “lo evitas siendo fuerte”. “Tenemos que ir con cuidado” y “no podemos ser tan blandos” son otras de sus frases favoritas.
La pregunta, claro, es: ¿cómo puede ser que tanta gente confíe en un político tan obviamente inepto? Yo creo que gracias, entre otras cosas, a los estereotipos culturales. La cultura patriarcal está llena de imágenes de varones blancos todopoderosos: Rambo, Superman, James Bond... Y en eso radica gran parte del carisma de Trump: cuando le vemos aparecer saliendo de su enorme avión privado, con TRUMP escrito en el fuselaje, le asociamos inconscientemente a esos superhéroes. En cambio, cuando vemos a una mujer, ¿qué vemos? La cultura las divide en dos grupos: las que son sexis y las que no; y en ambos casos nos las presenta como des- preciables: unas son “putas”, “zorras”, “fulanas”; las otras, “marujas”, “viejas brujas”, “marisabidillas”, “verduleras”, “pescaderas”... (es significativo que estas palabras no tengan equivalente masculino; si lo tienen, no significa lo mismo).
Ante tal desigualdad, podemos hacer dos cosas. Podemos rebatirla, señalando que no por ser varón, blanco y millonario un Donald Trump es mejor político que, por ejemplo, Ada Colau. O al contrario, reforzarla, como ha hecho Félix de Azúa al comparar a Colau con una vendedora de pescado (con la que no tiene nada en común, más que la dignidad) y dando así a entender que hay que dejar el mundo en manos de los varones blancos de clase alta, como Trump o el mismo Azúa. Quién nos iba a decir que esos dos tenían algo en común.