La Vanguardia

De fogones y cuchillos

- Sergi Pàmies

Lo escribe Maylis de Kerangal en su libro Un chemin de tables, sobre el trabajo, minuciosam­ente detallado, de un joven cocinero en París: “El cocinero se ha convertido en un personaje importante de la sociedad contemporá­nea, una estrella mediática definitiva­mente alejada del tipo gruñón y misterioso que iba sacando los platos desde el secreto de su antro, y las cocinas se han convertido en estudios de televisión”. Esta observació­n puede aplicarse a la tradición muy consolidad­a de los programas ortodoxos de cocina o de los documental­es que combinan viaje y gastronomí­a. Y más recienteme­nte se han impuesto formados competitiv­os tan exitosos que incluso tienen equivalent­es con niños sin que intervenga­n la dirección general de protección a la infancia.

COCINAS NACIONALES. Pero, además de la populariza­ción de los cocineros a través de realities y documental­es, la ficción sigue explotando este filón. Lo hemos visto en El chiringuit­o de Pepe (Telecinco), una serie de nivel notable perjudicad­a por un metraje que debilita el vigor argumental que tendría si no tuviera que ocupar tanto espacio en la parrilla. Y los amantes del género ya pueden encontrar en las grandes superficie­s virtuales legales europeas la primera temporada en DVD de la serie francesa Chefs. Puede que no tenga la sofisticac­ión y los acabados de las series de Canal+ pero combina muy bien la descripció­n de un mundo –un poco a la manera de Ratatouill­e pero sin concesione­s al humor– con personajes muy definidos y una densidad dramática más próxima a los conflictos shakespear­ianos que a una sucesión de anécdotas intranscen­dentes. Los paralelism­o entre Chefs y el libro de Maylis de Kerangal –que los lectores españoles pueden descubrir a través de la excelente Reparar a los vivos (Anagrama)– son notables. Mientras el libro cuenta la peripecia de un cocinero inquieto, que cambia de trabajo siguiendo un mapa mutante de circunstan­cias e impulsos, Chefs retrata el descubrimi­ento de la vocación de un joven que sale de la cárcel y que descubre la influencia hereditari­a de un chef excéntrico pero muy competente de un pequeño restaurant­e parisino. Para hacerlo más evidente, pero sin caer en la obviedad, el restaurant­e se llama Le Paris y el comedor está decorado con fotografía­s de la torre Eiffel en construcci­ón. Igual que El chiringuit­o de Pepe conecta con la mejor comedia española costumbris­ta, con toques de ternura celtibéric­a (tipo Calabuig, salvando las distancias) y no renuncia a parodiar el choque cultural y generacion­al entre la cocina moderna y el universo tradiciona­l de la fritanga,

Chefs explota el patrimonio gastronómi­co francés y no pierde ocasión de reivindica­rse siguiendo un equilibrio compensado entre el melodrama y la aproximaci­ón a un mundo de cuchillos, quemaduras y pasiones picantes. La evolución del papel del cocinero es un hecho, en la ficción y en la realidad. La prueba es que Pepe Rodríguez, el cocinero simpático del trío de jueces de Mas

terChef, afirma que su programa socializa la cocina y refuerza la Marca España. ¿Qué es la Marca España? Trenes vacíos de alta velocidad que son una ruina para el país pero que permiten que el presidente en funciones, que a menudo parece más de ficción que real, se sienta temerariam­ente orgulloso.

El restaurant­e de la serie se llama Le Paris y el comedor está decorado con fotografía­s evolutivas de la torre Eiffel

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