La Vanguardia

Ajuste de cuentas con los ‘peliculero­s’

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A Juan Marsé le interesa el cine. Siempre le ha interesado. Tanto como para ir dejando tras de sí cadáveres en su nombre; en nombre del denominado Séptimo Arte.

Incluso, como ahora, cuando saca una nueva novela, el premio Cervantes 2008 suele hablar igual o más –o le solemos hacer hablar más, mejor dicho– de cine que de literatura.

Quizá porque sabemos que no le duelen prendas hablar (mal) de aquellos que se han atrevido a llevar sus novelas a la pantalla.

Una viaje a la hemeroteca con el nombre de Juan Marsé como objetivo rinde pocas declaracio­nes acerca de este o aquel escritor, menos cuando Marsé se inventó aquello de la prosa sonajero (¡brillante!) con respecto a la so- nora forma de escribir de Paco Umbral. Pero ni esa definición puede competir con perlas como “Vicente Aranda y Fernando Trueba tienen escaso talento”, dos de los directores que han adaptado obras del escritor del Guinardó. En el caso de Trueba, la denostada por Marsé El embrujo de Shanghai (2002), y en cuanto a su amigo Aranda, nada menos que cuatro títulos: La muchacha de las bragas de oro ( 1980), Si te dicen que caí (1989), El amante bilingüe

(1993) y Canciones de amor en Lolita’s Club (2007). Eso es reincidir.

¿Más muestras de su inquina para con los cineastas que no apartan sus manos sucias de la obra de Marsé? “En general todos los guiones adaptados de mis novelas son malísimos”, ha repetido Marsé en más de una ocasión, donde ese en general salva sólo el guión de El embrujo de Shanghai escrito por Victor Erice. Un guión al que el mismo Marsé se ha referido en más de una ocasión como “superior a mi novela” y que finalmente apareció como libro, pues Erice se retiró –fue retirado– de la producción del rodaje por el productor Andrés Vicente Gómez, que se lo pasó al denostado Trueba. Como Jordi Cadena (La oscura historia de la prima Montse, de 1978) y Gonzalo Herralde ( Últimas tardes con Teresa, 1984).

Claro que en este caso, en el caso de Esa puta tan distinguid­a, está más que justificad­o referirse al cine por el asunto de que trata la novela en sí misma, y más todavía por las intencione­s confesas que anidan tras la escritura de dicha novela. Unas intencione­s que el mismo Marsé ha resumido en alguna ocasión como “un ajuste de cuentas con no pocos peliculero­s de este país”.

O así lo anunciaba el mismo Marsé hacia el 2007, cuando se publicó Ronda Marsé (Candaya), libro de análisis y homenaje a su figura editado por la profesora Ana Rodríguez Fischer. Un mo- saico de textos donde profesores, ensayistas y escritores amigos y enemigos, que de todo hay, hablaban largo y tendido del autor de

Últimas tardes con Teresa.

Aquel libro tenía el valor añadido de ir acompañado de un documental sobre la figura del escritor. En Un jardín de verdad con ra

nas de cartón, que así se llama el documental realizado por Xavier Robles, Marsé leía un fragmento de la que tenía que ser su próxima novela, todavía sin título. Hablaba entonces Marsé de un escritor –álter ego del propio Marsé– que en el año 1982 recibía el encargo de un afamado director filocomu

nista llamado J.A. Beltran (que a los malpensado­s de siempre les recordará a la figura del finado J.A. Bardem). El cineasta quiere realizar una película sobre la “realidad desnuda” sobre un caso real ocurrido en 1948, el asesinato de una prostituta en el cine Delicias de Barcelona, un caso que en cierta medida recuerda el asunto que el mismo Marsé, maquilland­o la realidad, había contado en Si te dicen que caí ( 1973) sobre el asesinato de la famosa Carmen Broto en las proximidad­es del bar Alaska del barrio de Gràcia.

En cualquier caso la literatura y la metalitera­tura –el escritor que habla con el autor del crimen que él ya noveló con antelación– se alían en este caso para, entre otros objetivos, ese ajuste de cuentas evidente donde aparece un productor que también recuerda la figura de Andrés Vicente Gómez y otros personajes del cine español.

¿De dónde viene esa pertinaz crítica de Marsé a los cineastas que se atreven con su obra? Preci- samente de la incapacida­d de llevar a cabo, dice, el proceso de traducción de un lenguaje a otro. No es una cuestión de fidelidad a la letra, a su letra. Es la incapacida­d de convertir en imágenes unas historias que, por su propia manera de escribir, son ya de por sí muy visuales. Ahí está el error y la trampa en la que han caído los cineastas. En dejarse llevar por el canto de sirena de unas evocativas imágenes –sobre el papel– que deberían ser otra cosa en la pantalla.

La siguiente pregunta es también evidente. Si no le gusta como lo adaptan, ¿por qué repite Marsé? Por el dinero, claro. Y porque Marsé no confunde un generoso cheque con la libertad de expresión: el precio de los derechos de adaptación nunca incluye el silencio de su opinión. Por lo tanto: ¿veremos alguna vez la adaptación cinematogr­áfica de Esa puta

tan distinguid­a?

Si pagan, sí. Ahora bien, quien se atreva, que se atenga a las consecuenc­ias.

En ‘Esa puta tan distinguid­a...’ las referencia­s a la realidad del cine español son más que evidentes

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. Victoria Abril en La muchacha de las bragas de oro y Aida Folch en El embrujo de Shanghai
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