El techo de Bogotá
Aunque no se completará hasta 2017, la torre BD Bacatá ha cubierto aguas y es ya el edificio más alto de Bogotá (y el segundo de Latinoamérica). Se alza junto al centro histórico bogotano y es obra del despacho barcelonés Alonso/Balaguer, que en su expansión profesional e inversora por aquel continente ha abierto sedes en Lima, Río, São Paulo, Santiago o Bogotá.
Este edificio de 112.000 metros cuadrados construidos acogerá apartamentos, hotel, oficinas, centro comercial, seis plantas de aparcamiento subterráneas y restaurante con vistas en su planta superior. Además de por su tamaño (69 plantas y 240 metros de altura), se distingue por su configuración. De hecho, se trata de dos torres contiguas y conectadas (la menor, de 56 plantas y 204 metros). Ambas son de perfil escalonado y están fragmentadas en varios cuerpos vidriados, de volumen decreciente. La torre ocupa un exiguo solar –unos 4.000 metros cuadrados– en el denso barrio de las Nieves. Los arquitectos decidieron descomponer su volumen, concentrando masa en la base y atenuándola en la parte alta. Salvando todas las distancias, esta es una propuesta de plasticidad comparable –aunque menos elaborada– a la de BIG para la torre 2 WTC de la zona cero de Nueva York.
La proliferación de rascacielos en los downtowns de grandes ciudades ha propiciado dos fenómenos opuestos. Por una parte, la reiteración de torres con muro cortina de vidrio. Por otra, la eventual aparición de rascacielos de hechuras peculiares. Aún así, muchos de esos downtowns se parecen: no es fácil dar con una propuesta que exhiba al tiempo personalidad y discreción. Ahora bien, el repertorio de grandes torres de Bogotá escapa, en parte, a este adocenamiento. Rogelio Salmona, discípulo de Le Corbusier, dejó en la ciudad obras espléndidas, como las Torres del Parque, con su hermoso trabajo de ladrillo y un ejemplar espacio público alrededor. O la torre Colpatria, elegante muestra de arquitectura corporativa. Bogotá cuenta además en el área del Centro Internacional con varias torres de calidad, con obras de Camacho/Guerrero, Samper, etcétera.
Alonso y Balaguer han construido, pues, en una ciudad que, pese a ser caótica, atesora una buena tradición arquitectónica. Y lo han hecho con desinhibida voluntad afirmativa –quizás demasiada–, al socaire de la política liberal del anterior alcalde, bajo cuyo mandato se concedieron numerosas licencias para grandes torres, entre ellas unas de Richard Rogers, más altas todavía que el BD Bacatá.
En medios profesionales bogotanos se mira la BD Bacatá con alguna reserva. Se señala que la ciudad carece de los servicios públicos precisos para engranar torres tan grandes en una trama urbana ya compacta. La BD Bacatá, con fachada a calles de poca anchura y poca acera, estará ocupada por 4.000 personas, más un nutrido contingente de usuarios ocasionales. Su llamativa silueta, se dice allí, está a punto de convertirse en nuevo ícono de Bogotá. Eso no estaría mal. Pero mejor sería aún que la ciudad lograra asimilarla sin problemas mayores.