Suárez flirtea con la expulsión
Fernando Torres marcó, Luis Suárez también. Torres decidió, Suárez también. Torres dejó a su equipo con diez en el minuto 35, Suárez tampoco.
¿Cómo es posible que dos jugadores tan experimentados, especialmente buenos profesionales, pierdan los papeles como anteanoche Torres y Suárez? Uno admite su propensión a la indulgencia con los calentones. El fútbol no es una función de teatro: aquí, las pasiones son espontáneas e irrepetibles. Que Torres y Suárez actuasen como juveniles es una muestra de entrega. Pero, ay, la línea que separa sobre un terreno de juego la entrega de la estupidez es muy fina...
Luis Suárez carga con un pasado y ha tenido el mérito –quizás sea ese concepto en boga del “crecimiento personal”– de salir indemne de su propia reputación y de las provocaciones. Lo vemos todo en un campo, apenas escuchamos nada...
En el tramo decisivo de la temporada, aquí y ahora, Suárez lleva dos partidos seguidos y en casa al borde de la expulsión. Y no por doble amarilla... El sábado, el uruguayo le soltó al brazo en el minuto 26 a Pepe, que además de angelito ya tiene vis teatral. Siguiendo las normas ancestrales y no escritas del fútbol, Pepe se la devolvió en la segunda parte. El colegiado Hernández Hernández debió de pensar que el listón de aquella guerra particular exigía algo más –sangre, por ejemplo– y dejó que salieran de rositas, aunque Suárez fue amonestado por su primer recado.
Ante el Atlético de Madrid, la percepción de que Suárez está jugando
La percepción de que Suárez juega con fuego en el momento en que más se le necesita flotó con esa patada al aire...
con fuego en el momento en que más se le necesita reapareció con fuerza. Ostentosa patada al aire a Juanfran, sin mediar balón, en el minuto 34, uno antes de que Torres fuera expulsado. Esos 120 segundos fueron determinantes para el curso del partido y acaso de la eliminatoria...
El segundo lance de Suárez fue otra alarma roja. Cuando el Atlético de Madrid ya jugaba con diez, el delantero azulgrana endilga un bofetón a Filipe Luis, en el minuto 69, empate a uno en el marcado. Un árbitro con menos personalidad –y Felix Brych la tuvo: sus errores lo avalan– hubiera juzgado agresión (y restablecido la igualdad numérica, un tipo de justicia igualitaria que entusiasma a los arbitrajes españoles).
El Atlético de Madrid es un milagro: traspasa cada temporada y ha convertido algo tan feo como defender en una coreografía fascinante. En su repertorio, el partido de vuelta es un cheque en blanco para “cobrarse” las deudas del Camp Nou. –¡Qué bueno que viniste, Luis! Ya se imagina uno el partido que le espera a Suárez (y al resto del equipo). Estamos todos avisados.